Mar - 23 - 2017

Esta semana se cumplieron dos meses de Donald Trump en la Casa Blanca. Es un tiempo breve, pero ya suficiente para aclarar algunos malentendidos.

Por ejemplo, antes y después de las elecciones viene siendo repetido como una letanía calificar a Trump de “populista”, sobre todo por el periodismo analfabeto… que abunda en los medios.

La calificación de “populista” se hace a veces como alabanza: Trump se preocuparía por el bienestar de los trabajadores y los pobres… por supuesto si no son de razas inferiores como los latinos, los negros o los pueblos originarios…

Pero la mayoría de las veces, el (presunto) “populismo” de Trump es condenado a la hoguera por los inquisidores neoliberales… que además están susceptibles por el desastre económico-social en que ha ido desembocando la tan alabada globalización.

Este es el caso de Mario Vargas Llosa. Y es todo un caso clínico. Inicialmente, hace décadas, fue un gran escritor latinoamericano, “progre”, con obras inmensas como “La ciudad y los perros” o “La guerra del fin del mundo”. Pero hoy residente en España –convertido en “Marqués de Vargas Llosa” por el rey Juan Carlos, con el tratamiento de “Ilustrísimo Señor”– el ex escritor y ex peruano denuncia ferozmente al “nuevo enemigo”. Es decir, “la amenaza del populismo, que ataca por igual a países desarrollados y atrasados”. [Vargas Llosa, “El nuevo enemigo”, El País, 05/03/2017]

Citamos este llamamiento de Vargas Llosa, porque lleva al extremo el intento disparatado de meter en una misma bolsa con la etiqueta  “populista” a todo lo que no sea neoliberalismo puro y duro. Por ejemplo, a Donald Trump, Marine Le Pen y al xenófobo holandés Geert Wilders, junto con Rafael Correa de Ecuador, Evo Morales de Bolivia, también al difunto Chávez, etc., etc.

Pero este disparate no es un invento del Ilustrísimo Señor Marqués de Vargas Llosa, sino otra de las interesadas confusiones políticas sembradas mundialmente. Conviene aclarar esto a la luz de los primeros dos meses de Trump.

En su artículo-llamamiento, Vargas Llosa define al “populismo” como una “epidemia viral –en el sentido más tóxico de la palabra– que ataca por igual a países desarrollados y atrasados” (sic!).

¿Pero cuál es su esencia? “La política irresponsable y demagógica de unos gobernantes que no vacilan en sacrificar el futuro de una sociedad por un presente efímero. Por ejemplo, estatizando empresas y congelando los precios y aumentando los salarios”, contesta el Señor Marqués de Vargas Llosa.

¡Qué horror! ¡No es tolerable que monstruos semejantes, que pretenden aumentar salarios y congelar precios, lleguen incluso al gobierno de países serios como EEUU! ¡El mundo libre y neoliberal está en peligro!

El verdadero Trump: ni estatizaciones, ni baja de precios, ni aumentos de salarios

Citamos los desatinos de Vargas Llosa no sólo porque son cómicos. Es que, ya hablando en serio, reflejan una ideología mundial, además del interesado disparate de “criminalizar” como “populista” hasta a cualquiera que pida un aumento de salario.

Por supuesto, el nacional-populismo latinoamericano –que incluye históricamente desde Cárdenas o Perón hasta los gobiernos “progresistas” iniciados en la década pasada– ha sido algo muy distinto de esas caricaturas. También, los nacional-populismos de los pueblos afro-asiáticos, como los históricos de Nehru en la India o Nasser en Egipto. Y desde ya no tienen nada en común con Trump ni Marine Le Pen.

Pero, volviendo a la realidad, lo importante es que de ninguna manera Trump esboza un rumbo de “aprietes” para “poner en caja” al gran capital corporativo y financiero. Ni menos aún obligarlo a dar concesiones a la clase trabajadora. Para decirlo en el lenguaje del Marqués de Vargas Llosa, no hay a la vista ni estatizaciones, ni baja de precios, ni aumentos de salarios. Hasta ahora, esas abominaciones “populistas” son rechazadas por Trump.

En la historia de EEUU, hubo gobiernos, como los de Franklin Roosevelt (1933-45) y relativamente algunos de sus sucesores, que gestionaron cierto “estatismo”, control de las finanzas y concesiones “populistas” a la clase trabajadora. Pero fueron medidas ineludibles en medio de la mayor crisis económica internacional y, luego, la Segunda Guerra Mundial y el enfrentamiento con la Unión Soviética. Gracias a ellas, EEUU dominó gran parte del planeta.

Ni por asomo hay indicios de que Trump esté en esa sintonía. Lo que comenzó a hacer Trump, es parecido al idilio inicial de Macri con la burocracia sindical de Argentina. A los besos y abrazos se reunió con los burócratas de la UAW (United Automobile Workers) y de la central AFL-CIO, que tradicionalmente se alineaban con los demócratas, Clinton, Obama & Co. También participaron los directivos de las corporaciones del automóvil. Todos se juramentaron en apoyar a Trump y no hicieron un solo reclamo, ni de salario, ni por supuesto de estatizaciones. Ni menos Trump habló de estatizar a nadie y/o hacerle bajar precios.

Medidas antipopulistas… y antipopulares

Más graves aún son las novedades en las primeras medidas tomadas por el gobierno Trump. Es un rosario interminable de ataques a los sectores más pobres e indefensos, y de beneficios a los más ricos. Para abreviarla comentaremos sólo dos entre centenares, El fin del Obamacare, el sistema de salud para los más pobres, y las escandalosas quitas de impuestos a los más ricos.

Entre los países “ricos”, EEUU es el que tiene el sistema de salud más costoso y desastroso. Canadá, por ejemplo, al norte de la frontera yanqui, tiene un sistema de cobertura de salud estatal 4 ó 5 veces más barato que en EEUU y muchísimo mejor.

La clave de este desastre es que la salud del pueblo estadounidense es el gran negocio de los vampiros de las corporaciones de seguros y las farmacéuticas. El Obamacare fue un débil y limitado intento de solucionar esta situación, que fue combatido por las corporaciones y el Partido Republicano como un tentativa “comunista”.

Al llegar al trono, una de las primeras medidas de Trump fue decretar la liquidación del Obamacare. De acuerdo a un detallado análisis publicado en The Guardian, [“Republican healthcare plan: 24 million people could lose coverage, CBO reports”, 2017/mar/13], 24 millones de estadounidenses van a perder cualquier cobertura de salud.

Esta medida directamente genocida se trata de endulzar con las promesas de que habrá otros mecanismos asistenciales… Pero eso hasta ahora no pasa de charlatanería.

Simultáneamente a que los más pobres no tendrán cobertura médica, los más ricos pagarán menos impuestos. Trump ha presentado una especie o esbozo de “plan económico” [Ver: «Donald Trump’s Economic Plan», The Balance, 2017/March/09].

Parte fundamental de este plan es la propuesta de “simplificar los impuestos”. En pocas palabras, reducir la “corporate tax rate” (tasa de impuesto corporativo) del 38% al 15%… con el verso de que así la bondadosas corporaciones volverían a traer su dinero a EEUU. Este verso ya se usó repetidas veces, por ejemplo en tiempos de Bush, sin resultados apreciables…

Por un lado, que los más pobres revienten sin asistencia médica. Por el otro, auxilio a las pobres corporaciones que tanto sufrieron bajo el comunista Obama… Ese es el “populismo” de Trump.

Pero esto no viene solo. Simultáneamente, los proyectos de presupuesto federal eliminan, además del Obamacare, otras 62 agencias y/o programas asistenciales. [USA Today, March 16, 2017, «The 62 agencies and programs Trump wants to eliminate»]. Son de muy diverso tipo, educativos, asistenciales, de vivienda, de energía limpia a bajo costo, etc. Trump no quiere derrochar dólares en esas tonterías.

En cambio, su proyecto de presupuesto da un giro radical en otro sentido: un aumento fenomenal de los gastos militares.

Un gabinete de CEOs, magos de las finanzas y genocidas

El gabinete de Trump se corresponde con eso. Tampoco hay un gramo de populismo a ese nivel. Es un gabinete de ejecutivos de corporaciones, magos de las finanzas y militares.

La BBC lo definió con exactitud: “El gabinete de Trump es una mezcla de ricos empresarios, exjefes militares y conservadores extremos.” (BBC, 17/12/2016)

“Donald Trump –comentan en otro artículo– hizo campaña cortejando a los obreros blancos estadounidenses por supuestos abusos por parte de las élites económicas del país. Pero como presidente electo, Trump está rodeado de multimillonarios en su gabinete, en una proporción mayor que cualquiera de sus antecesores… Trump estima su propia riqueza en cerca de US$ 10.000 millones. Si a eso se suman los bienes de las personas que el magnate nombra en puestos clave de su gobierno, se llega a una cúpula gubernamental cuya fortuna personal sumada supera el Producto Interno Bruto de muchos países.” (BBC, 01/12/2016)

El cargo principal, que en el sistema estadounidense es el más importante después de Trump, es el de Secretario de Estado. Lo ocupa nada menos que Rex Tillerson, ex director ejecutivo de Exxon Mobil Corporation, la sexta corporación del mundo.

La siguiente, es la Secretaría del Tesoro. Allí está Steven Mnuchin, ex ejecutivo de Goldman Sachs, la firma más poderosa de Wall Street, que además tiene vara alta en el Banco Central Europeo.

Como Secretaria de Educación no ha sido nombrada una maestra o profesora destacada, sino Betsy DeVos, cuya fortuna familiar se calcula en 5.100 millones… a lo que hay que añadir los ahorritos de su marido Dick, que sumarían otro tanto. Betsy viene a promover la privatización total de la educación. Cerrarían todas las escuelas públicas, y a las familias pobres se les darían vouchers para que matriculen a sus hijos en escuelas privadas.

Y así continúa la lista… Los que no son billonarios, como Tillerson Mnuchin o Betsy, son ex militares que se destacaron en los genocidios de Afganistán, Irak, y otras guerras menores.

La formación del gabinete Trump ha sido, sin embargo, conflictiva. Varios candidatos cayeron en la pelea.

Esto tiene que ver con dos fenómenos entrelazados, la división, por arriba, de la burguesía estadounidense, y la resistencia y repudio, por abajo, de amplios sectores juveniles, populares y del movimiento de mujeres al gobierno de Trump y sus planes.

Pero, tanto en un aspecto como en otro, la pelea no gira en el sí o no a un supuesto “populismo”. Los sectores populares que se enfrentan a Trump, lo hacen contra sus medidas archi-reaccionarias. La burguesía opositora, por su parte, difiere de Trump en alternativas diferentes frente a la crisis de la globalización neoliberal y las perspectivas de reordenamientos geopolíticos, especialmente en relación a Europa, Medio Oriente, Rusia y China.

Esto último está conectado con otro aspecto fundamental para una potencia imperialista, que es la política exterior de Trump. Lo abordaremos en un próximo artículo.

Por Claudio Testa, SoB 418, 23/3/17

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