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May - 11 - 2017

La sublevación militar-fascista del 18 de julio del 36 se chocó en el camino con la fuerza del proletariado armado y fracasó dando lugar a una situación revolucionaria. La derrota del ejército por los obreros, no sólo socavó en los hechos el monopolio estatal  de la violencia sino también cuestionó y desbordó el poder “ficticio” del estado  burgués, abriendo la posibilidad de ir más allá del mismo.

Por toda España, allí donde la sublevación fascista había sido vencida el nuevo poder obrero se hacía efectivo manifestándose en la conformación de las juntas revolucionarias, de los comités, las milicias populares, las  barricadas, las patrullas de control, en la apropiación de cuarteles y fábricas, en el encarcelamiento y persecución a los patrones, militares y el clero como producto de esa situación en la que las masas obreras en armas se hicieron cargo de su defensa y de la lucha contra el fascismo.

En Barcelona fue donde más profundo caló el proceso y donde se jugó el desenlace de la guerra civil.  Donde se evidenció más hondamente esa situación de desborde y falta de legitimidad del Estado burgués cuando el gobierno central de la República y su representante en Catalunya (la Generalitat) habían perdido todo margen de acción y asistían pasivos ante la revolución que se estaba dando en Catalunya y que se extendía.  La Barcelona del 37 fue el epicentro donde el choque entre ese poder “formal” y el poder obrero “real”,  hecho comité y barricada, fue más crudo. Las jornadas de mayo pusieron de manifiesto que la “cuestión del poder” dejaba de ser una cuestión teórica y abstracta y se convertía en una ineludible necesidad material ante las circunstancias. Aquel mayo desnudó el pérfido rol contrarrevolucionario y asesino del  estalinismo del PCE y el PSUC que en su alianza con la burguesía se jugó todo por el fortalecimiento del gobierno burgués de la Generalitat y sus instituciones. La política estalinista iba de la mano con los objetivos de Lluis Companys (Presidente de la Generalitat): el debilitamiento y anulación de las fuerzas y perspectivas revolucionarias. Los acontecimientos de Mayo pusieron al descubierto la fatal y lamentable capitulación de la dirección de la CNT (y el seguidismo de POUM a esta) al poder burgués y su colaboración con la obra de pacificación y vuelta al orden del gobierno de la Generalitat  al renunciar al hecho de hacerse cargo de la situación, porque lo podía hacer, e integrarse al Frente Popular primero y al gobierno de la Generalitat luego. Pero también mayo del 37 puso de manifiesto la enorme fuerza de las bases cenetistas, poumistas y de los obreros en armas que aquel 3 de mayo, a pesar de sus dirigentes y contra su política se lanzaron a las calles y llenaron las barricadas en defensa de las conquistas del 19 de julio.

A 80 años de los hechos de Mayo, vaya nuestra valoración y reivindicación militantes a todos los obreros y milicianos que dieron su vida y enfrentaron al fascismo en una de las gestas históricas del movimiento obrero que fue la guerra civil española y un  ejemplo de solidaridad internacional.

En este sentido encontramos más que oportuno y elocuente el relato que reproducimos a continuación sobre las jornadas de mayo de M. Casanova. Este relato, parte de una obra más extensa  publicada en el 39,  no sólo tiene el valor de ser contado en primera mano, ya que el autor, militante de la sección francesa de la IV internacional fue combatiente de las Brigadas Internacionales en el Frente de Huesca sino que además tiene el valor histórico- político de ser un aporte militante que sirve para extraer las  mejores lecciones  y enseñanzas de esa heroica gesta del movimiento obrero en su lucha por liberarse  de las cadenas del capital y para formar y politizar a las nuevas generaciones que entran a la lucha.

Los acontecimientos de mayo de 1937

  1. Casanova, “El frente popular le abrió las puertas a Franco”. Marzo de 1939.

Existía en España la dualidad de poder, aunque bajo una forma incompleta y parcial, en los primeros meses que siguieron al 19 de julio. El segundo poder, el embrionario poder obrero, se expresaba en los comités obreros que se habían creado en todas las ciudades y hasta en los más pequeños pueblos de la España gubernamental. Estos comités, en cuyo seno entraron los representantes de todas las organizaciones proletarias, tomaban diversas formas: eran los Comités de Defensa que aseguraban el orden público por medio de las Patrullas de Control y que administraban los pueblos y las ciudades. En las fábricas se habían formado los Comités de fábrica. Los transportes y toda la administración tal eran controlados por los delegados sindicales. En los barcos los marinos formaban sus consejos. Las milicias eran organizadas desde un principio por los partidos y los sindicatos. En base a la propuesta del presidente Companys se creó en Cataluña el Comité Central de las Milicias Antifascistas. Formalmente, era un organismo de la Generalitat; en la realidad fue, en el primer periodo, el único poder efectivo en Cataluña. El gobierno de la Generalitat era una apariencia tolerada porque las organizaciones obreras no habían tenido el valor de liquidarla.

Sin embargo, fue esta apariencia del poder, la Generalitat, la que venció sobre el poder del pueblo y de los comités Los jefes de las organizaciones obreras inyectaron sangre nueva a esta institución agonizante. Se liquidó el Comité Central de las Milicias Antifascistas y se formó el ministerio de coalición de Tarradellas, en Cataluña, a fines de septiembre. Un mes después los anarquistas entraban igualmente en el gobierno central. A partir de la formación de esos gobiernos de coalición, la situación evolucionó en la España «gubernamental» hacia el debilitamiento del poder de los Comités y el reforzamiento del poder central burgués.

Las razones de esta evolución reaccionaria residen íntegramente en la política de los partidos obreros.

La consigna central del partido comunista español y de su filial catalana era: «¡Todo el poder al gobierno!». A esto, los comunistas añadían «¡Más pan y menos comités!». Los estalinistas hacían responsables a los comités, es decir, a la revolución, de todas las dificultades administrativas, de la falta de organización y del desorden del abastecimiento. Sin embargo, la supresión de los comités por el partido de Comorera no hizo sino aumentar las dificultades. Los Comités fueron destruidos, pero el pan se hizo más escaso. En su campaña por la destrucción de los Comités de Defensa, de las Patrullas de Control, de los Consejos de Marinos, los comunistas fueron apoyados firmemente por los elementos burgueses y nacionalistas. En este trabajo contrarrevolucionario les apoyaban, en Cataluña, la «Esquerra Catalana», el partido democrático burgués, y el «Estat Catalá», partido catalán nacionalista y separatista. En cuanto a los anarquistas, iban a la cola del bloque estalinista-burgués. Si la dirección de la CNT aparentaba resistirse, era por la presión de la base, es decir, de los obreros anarquistas que querían conservar las conquistas de la revolución. En Cataluña, la revolución ha ido más lejos desde el punto de vista social que en el resto de España. No tiene nada de sorprendente que el conflicto entre los dos poderes haya tomado allí formas más agudas.

Los decretos de la Generalitat de Cataluña sólo eran ejecutados si las organizaciones obreras y, en primer lugar, la CNT, lo querían. Por ejemplo, después de 1936 las milicias habían sido militarizadas y había sido formado el «Ejército Popular» por decreto de la Generalitat. Jurídicamente, ambos dependían solamente del Consejo de Defensa y del Estado Mayor del gobierno central. Pero, de hecho, las milicias dependían de los organismos dirigentes de los partidos y sindicatos. Ocurría lo mismo en el terreno del orden público.

La dualidad de poder, fenómeno general al inicio de cada revolución, no puede ser más que un periodo transitorio. Uno de los dos poderes antagónicos debe desaparecer. Con mayor razón, la dualidad de poderes no podía subsistir en el período de guerra civil contra el fascismo. La centralización del poder era ineluctable y necesaria. Según nosotros, bolcheviques-leninistas, debía realizarse sobre la base de los comités obreros generalizados, democratizados y coordinados. Según los estalinistas y los republicanos, sobre la reconstitución de la república burguesa.

Ciertos anarquistas se imaginaban, es cierto, que la competencia entre estos dos poderes puede prolongarse indefinidamente. ¿No es esto anarquía? La dualidad de poderes, en efecto, tiene de común con la anarquía, en el sentido vulgar de la palabra, que el conflicto de competencias entre los poderes no permite la formación de un poder centralizado. Pero esta «anarquía», o mejor, este desequilibrio de la sociedad culmina siempre, en el curso de las revoluciones, en un enfrentamiento entre los poderes rivales. Después de este enfrentamiento, siempre sangriento, un poder se impone al otro y elimina a su rival. Tal fue el sentido de los acontecimientos del 3 al 6 de mayo en Barcelona.

La ocupación de la Central Telefónica por los guardias de asalto sólo fue un pretexto por parte de la coalición estalinista-burguesa para desarmar al proletariado. A consecuencia de la desidia del POUM y sobre todo de la dirección de la CNT y de la FAI, y de sus abandonos y capitulaciones sucesivas, los estalinistas y burgueses republicanos, que, en los primeros meses, no osaban enseñar la nariz, se sintieron a primeros de mayo de 1937 suficientemente fuertes para intentar su golpe de fuerza contra la revolución y sus organismos.

La Central Telefónica, como otras instituciones de utilidad pública, estaba gestionada desde julio por los comités obreros, con representación de las dos centrales sindicales, UGT y CNT. La CNT predominaba en Cataluña. La ocupación de la Central Telefónica por los guardias de asalto fue ejecutada tras un complot urdido por los estalinistas y republicanos, sin que el gobierno catalán, la Generalitat, fuera puesta al corriente. Los ministros anarquistas ignoraban la decisión de ocupación de la Central Telefónica.

Los obreros cenetistas de Barcelona reaccionaron espontáneamente construyendo barricadas. Comprendían que querían desarmarlos y arrebatarles sus conquistas del 19 de julio. El POUM se unió al movimiento. No obstante, su dirección esperaba las decisiones del Comité Regional de la CNT. El movimiento llegó a ser muy poderoso. Los obreros revolucionarios de la CNT dominaban la ciudad. La CNT tenía en sus manos todos los triunfos: el apoyo de la mayoría del proletariado, las armas en cantidad suficiente, los transportes, lo que le permitía impedir la llegada de tropas de Valencia. La provincia catalana seguía el desarrollo de los acontecimientos. La base de la CNT sólo esperaba la orden del centro para pasar al ataque.

Del otro lado de la barricada, en Barcelona, estaban la policía y los estalinistas; pero la policía, en numerosos lugares, no se decidía a intervenir, vista su inferioridad, y se declaraba neutral. En cuanto a los estalinistas, si bien se sentían suficientemente fuertes para asesinar a militantes revolucionarios aislados como Berneri, Barbieri y otros, tampoco osaban pasar al ataque. Esperaban ayuda de Valencia.  La dirección de la CNT, por la situación, estaba llamada a jugar el papel de centro dirigente de la insurrección proletaria, pero jugó el papel de agente del enemigo. Traicionó al movimiento exhortando a los obreros a no atacar, después a abandonar las barricadas, y, de esta manera, entregó al proletariado de Barcelona a la reacción estalinista-burguesa.

«¡Pero no podíamos entablar la batalla a fondo ya que esto habría exigido la retirada de nuestras milicias del frente y, en consecuencia, habría favorecido a Franco!» argumentaban los anarco-ministros. Lo curioso es que este argumento no existiera para el ala derecha del Frente Popular, es decir, los estalinistas y los burgueses. A estos últimos, no les inquietaba enviar a Barcelona las tropas que el frente necesitaba.

Pero la CNT, para dominar la situación en Barcelona, en Cataluña, y en Aragón, no tenía ninguna necesidad de retirar del frente a las milicias cenetistas. En la retaguardia disponía de fuerzas suficientes. Los dirigentes cenetistas evocaban peligros imaginarios con el fin de justificar traiciones. Por el contrario, la liquidación del poder burgués, es decir, de la Generalitat, y el paso del poder a manos de los Comités de Defensa, creados espontáneamente en el curso de la lucha, habría sido un golpe terrible contra Franco. La revolución proletaria triunfante en Cataluña habría cambiado por completo la situación en toda España. Habría impulsado a los obreros de Madrid y de Valencia, que habrían seguido el ejemplo de Barcelona, habría centuplicado la energía y la combatividad del proletariado, habría tenido repercusiones en la retaguardia franquista, que se habría levantado, habría tenido repercusiones incluso fuera de las fronteras de España.

García Oliver y Federica Montseny[1] optaron por la otra vía. Siguieron a la burguesía y a los estalinistas. No obtuvieron su recompensa: tres semanas después fueron despedidos. El negro ha hecho su trabajo, el negro puede marcharse. El gobierno de Largo Caballero fue reemplazado por el «Gobierno de la Victoria», el del doctor Negrín. Los obreros cenetistas fueron desarmados. Las patrullas de control, disueltas. Las conquistas económicas del proletariado fueron progresivamente eliminadas.  El aplastamiento de los obreros revolucionarios de Barcelona abrió la puerta a la reacción estalinista-burguesa y, en consecuencia, a Franco.

[1] García Oliver y Federica Montseny eran los dos ministros de la CNT en el Gobierno de la república presidido por Largo Caballero

Por Carla Tog, SoB Estado Español, 11/5/17

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