Feb - 9 - 2013

¿Primavera o invierno árabe?

Egipto, clave de las rebeliones de Medio Oriente

Roberto Ramírez

 

A fines de diciembre, se cumplirán dos años del inicio del grandioso proceso de rebeliones y estallidos políticos y sociales en los países árabes. Un proceso que ya es histórico, que además abarca a regiones y pueblos más amplios que los estrictamente árabes, y cuya importancia a escala mundial no necesita ser subrayada.

¿Cuál es el “estado de situación” de este proceso? Aquí daremos una mirada general, pero analizaremos principalmente lo que ha ido sucediendo en Egipto.

 

 

1. La clave del curso del mundo árabe está hoy en Egipto

 

Esto puede parecer una limitación respecto al curso global de las rebeliones árabes… y a la vez una simplificación de un fenómeno más complejo. Pero es una limitación relativa. Está justificada porque Egipto ha sido en muchos aspectos el centro de gravedad de los acontecimientos políticos y sociales de la región desde el siglo pasado, y aun más atrás. Acerca de esa ubicación de Egipto, conviene recordar ciertos hechos, que a veces los lectores de Occidente desconocen. Egipto, frecuentemente ha estado unos pasos por delante, marcando el rumbo de la región… para bien o para mal…

Al momento de escribir este artículo, la batalla política que se está desarrollando contra el intento islamista de acabar con el proceso revolucionario y “poner orden” estableciendo un régimen autoritario y ultraconservador, ratifica ese carácter de Egipto como país clave de los procesos políticos del mundo árabe. Y, como decíamos, este rasgo de Egipto no es nuevo.

 

Algunos hechos para recordar

No por casualidad fue allí, en Egipto, donde se inició el primer gran experimento del colonialismo occidental moderno al mundo árabe: la invasión de Napoleón (1798-1801).

Luego fue también en Egipto donde tuvo lugar en el mundo árabe el primer intento importante de modernización desde arriba. Bajo el poder del jedive Muhammad Ali (1805-1848)[1] se crearon industrias modernas estatizadas, que llegaron a tener 70.000 obreros, se liquidó a los terratenientes mamelucos y se nacionalizó la tierra repartiéndola en usufructo a los campesinos. Pero esto, por diversos motivos, finalmente fracasó: no alcanzó lo que luego lograría el Japón de los Meiji, la modernización capitalista impuesta desde arriba, que podría haber sido un obstáculo decisivo a la colonización.[2]

Este fracaso –jalonado por contradictorios “progresos” como el Canal de Suez terminado en 1869– abrió las puertas a la primera ocupación colonial permanente y a gran escala en el Máshreq, la del Imperio Británico, en 1882.[3] Pero hay que subrayar que, como causa inmediata, el asalto imperialista de 1882 fue motivado por la necesidad de responder a uno de los primeros grandes movimientos nacionalistas del Oriente Próximo, la llamada Revolución Urabi. Este movimiento amenazaba al corrupto régimen del jedive Muhammad Tawfiq, sometido al Imperio Británico y a Francia, que se habían apoderado totalmente de las acciones de la Compañía del Canal de Suez y ya habían convertido a Egipto en una virtual colonia financiera. Para aplastar al movimiento nacionalista y constitucionalista, Tawfiq llamó a las tropas británicas… que no se fueron hasta que Nasser las expulsó 70 años después.

El nacimiento del movimiento Urabi tuvo que ver con otra novedad que Egipto aportaba al mundo árabe del Oriente Próximo: el previo surgimiento de una intelectualidad moderna que levantaba las ideas de nacionalismo y constitucionalismo. Allí también, comenzó la actuación pública de una personalidad tan notable como contradictoria –Jamal al-Din al-Afghani (1838-1897)–, que puede situarse simultáneamente en los orígenes del islamismo y del nacionalismo laico. Aunque no era egipcio sino muy posiblemente persa, fue en El Cairo donde al-Afghani comenzó a predicar sus ideas de reforma política desde 1871 hasta 1879, cuando fue deportado.

En el nuevo siglo, Egipto traería otra novedad al mundo árabe. En 1900, en El Cairo, se funda el primer sindicato, el de los obreros de las fábricas de cigarrillos. Y en 1921, 90 sindicatos constituyen la Federación Nacional de Obreros Egipcios.

Antes de federarse, esas organizaciones obreras ya habían jugado un papel importante en otro gran movimiento, la Revolución de 1919. El triunfo en la Primera Guerra Mundial (1914-18) de los imperialismos británico y francés contra Alemania y sus aliados (el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Otomano), no trajo la libertad a los pueblos del Cercano Oriente. Francia y el Reino Unido se repartieron la región, estableciendo “protectorados” y “mandatos” a punta de bayoneta.[4] Egipto, con el levantamiento de 1919, daba la primera gran batalla contra esa nueva situación.

Después de la Primera Guerra Mundial, Egipto sería, efectivamente, el primero en el mundo árabe en sublevarse contra el redoblado dominio colonial, lo que obligaría a los ingleses en 1922 a conceder una caricatura de “independencia” con una monarquía títere… pero manteniendo la ocupación militar.

La Revolución de 1919 mostró, además, una pauta que se repetiría. Comenzó en marzo con grandes manifestaciones de masas que, a pesar de la sangrienta represión británica, seguirían en las calles durante meses hasta transformarse en un levantamiento generalizado. ¡Plaza Tahrir tuvo antecedentes!

La rebelión de 1919 traería otra novedad insólita en el mundo árabe e islámico. No sólo intervenía el movimiento obrero. También por primera vez las mujeres salían a la calle a manifestar, encabezadas por Huda Shaarawi (1879–1947), que luego, en 1923, funda el primer movimiento feminista del mundo árabe: la Unión Feminista Egipcia.

La Primera Guerra Mundial no sólo había acarreado un nuevo reparto colonial de la región. También había detonado en Rusia, en 1917, la Revolución Socialista de Octubre. En 1921, en Alejandría, se funda el primer partido comunista del mundo árabe, el Partido Socialista Egipcio (que en 1923 adoptaría oficialmente el nombre de PC).

Egipto también fue la cuna o epicentro de dos de las tres principales corrientes[5] que, después de la Segunda Guerra Mundial (1939-45), se disputarían el escenario político e ideológico del mundo árabe (relativamente) descolonizado: el nacionalismo laico y luego el islamismo (o “Islam político”).

El Cairo, en 1928, vería nacer la primera organización importante del islamismo: la Hermandad Musulmana –hoy en el poder con Mohamed Morsi–, que después extendería sus secciones en los demás países del mundo árabe, entre los practicantes del Islam sunita.[6] De allí también derivarían las diversas corrientes “salafistas”, más extremistas.

Con respecto al nacionalismo laico, su faro en la segunda posguerra estuvo también, indiscutiblemente, en Egipto, con Gamal Abdel Nasser (1918-70), que logró el retiro de las últimas tropas británicas, nacionalizó el Canal de Suez (propiedad de ingleses y franceses) y gobernó el país desde 1952-53 hasta su muerte en 1970.

Pero también, contradictoriamente, fue en Egipto donde el nacionalismo laico árabe inició el giro de 180 grados hacia la capitulación frente al imperialismo yanqui e Israel. El sucesor de Nasser, Anwar al-Sadat (1918-81), firmó con Israel y EEUU en 1978 los acuerdos de Camp David. La traición a los palestinos fue acompañada de un viraje global más amplio de sometimiento a EEUU en lo político y al neoliberalismo en lo económico, un curso que luego profundizaría su sucesor, Mubarak, y se generalizaría en el resto de la región.

 

En nuestros días…

 

Por último, aunque la “Primavera Árabe” estalla en Túnez, Egipto fue el país donde el gran terremoto fue precedido por varios años de temblores de menor intensidad… pero que preanunciaban lo que se venía…[7] En todo esto fue especialmente notable la actividad del movimiento obrero, que veremos más adelante.

Mouin Rabbani –uno de los editores del Middle East Report y ex analista sobre Medio Oriente del International Crisis Group– sostiene algo parecido en su artículo “Year Three”, donde hace un balance de conjunto del proceso del mundo árabe, al iniciarse su tercer año: “Egipto es una vez más el centro de la región, y que indica desde donde sopla el viento. Si Túnez fue la chispa, fue el levantamiento egipcio el que produjo la explosión” (Mouin Rabbani, “Year Three”, Jadaliyya, 18-12-12).

En síntesis, dos conclusiones: 1) lo que está sucediendo en Egipto tiene, a sus espaldas, esa riquísima historia y experiencias acumuladas; 2) el curso revolucionario o reaccionario que siga de aquí en más el proceso egipcio –y, en lo inmediato, la suerte que corra el zarpazo islamista– va a ser un factor importante, que puede marcar el rumbo de la región. Pareciera que una vez más que la clave del curso del mundo árabe está en Egipto.

 

 

2. ¿Primavera, revoluciones o qué?

 

Esta compleja, inmensa y desigual “reacción en cadena”, ha recibido diversos nombres, que son también caracterizaciones implícitas. Han ido desde el más incoloro de “Primavera Árabe”[8] al de “Revoluciones Árabes” que tácitamente da por sentado los resultados finales de procesos que no han concluido aún.

Nosotros hemos preferimos hablar de “rebeliones”. No por negar su importancia ni el carácter profundamente revolucionario de estos procesos, sino para poner énfasis en las tareas pendientes. Su cumplimiento (o no) determinará los alcances históricos finales de este inmenso acontecimiento.

Dicho de otro modo. Para hablar de revoluciones, es necesario tener en cuenta no sólo lo que Lenin llamaba “situaciones revolucionarias”; es decir, esas combinaciones de crisis “por arriba” mientras simultáneamente “los de abajo” se hartan y se ponen en movimiento. Es que, como el mismo Lenin advertía luego, “no toda situación revolucionaria origina una revolución”. Hay que tener muy en cuenta también los resultados revolucionarios. Concretamente, en estos dos años, ¿qué cambios radicales, tanto políticos como sociales, se han logrado y qué puntos fundamentales siguen pendientes aún?

¿Cómo están las cosas a casi dos años del primer estallido, después que el 17 de diciembre de 2010 Mohamed Bouazizi –graduado universitario sin empleo y vendedor ambulante– se inmoló en Sidi Bouzid, Túnez, en protesta por las condiciones de vida y la represión policial… y detonó esta inmensa reacción en cadena?

Para muchos, la Primavera Árabe se ha convertido en un “Invierno Árabe” (o, como también se dice, “Invierno Islamista”). O sea, las cosas han ido de mal en peor o simplemente se han revertido o “congelado”. Esta definición de “Invierno Árabe” (o “Invierno Islamista”) comenzó a difundirse como cliché periodístico a fines de 2011 desde el New York Times y el Washington Post, después que los partidos islamistas “moderados” lograran importantes votaciones en los comicios de Túnez y Egipto.

Para nosotros, la situación es mucho más compleja y dinámica que estas simplificaciones interesadas. No se ha impuesto un invierno contrarrevolucionario donde todo se ha congelado y sus actores sociales y políticos, derrotados. Estamos lejos de dar vuelta a la página de este proceso de dimensiones históricas.

Pero, al mismo tiempo, también se desmienten las pinturas alegres y simplistas de revoluciones que van de triunfo en triunfo, y de masas que nunca se equivocan, lo tienen todo claro y siempre marchan en una sola dirección: hacia delante.[9]

 

Un panorama a tres años de iniciarse el estallido

Un breve repaso, permite comprobar esa situación contradictoria, que no hay “congelamiento”… pero que la continuidad del proceso se encuentra ante enormes contradicciones, dificultades y desafíos, avances y retrocesos:

Túnez, donde todo comenzó, dio también la primera muestra de estos contradictorios “desarrollos desiguales” al ganar las elecciones de 2011 un partido islamista “moderado” y neoliberal, que inmediatamente hizo una reforma constitucional infame, donde se coloca a la mujer en un status inferior, definiéndola como mero “complemento del hombre” (¡textual!). Pero un año de malas experiencias con los neoliberales islamistas en el poder, está generando nuevas protestas obreras y populares, como los violentos estallidos de trabajadores desocupados en Siliana y otras ciudades. Allí volvió a oírse la misma consigna que presidió el derrocamiento de la dictadura de Ben Alí –”Dégage!”: “¡Lárgate!”–… pero ahora aplicada al gobierno islamista. Luego, en medio de ataques de pandillas de lúmpenes islamistas contra los activistas sindicales, se preparaba una huelga general de la UGTT (Union Générale Tunisienne du Travail) para el 13 de diciembre.[10]

Por último, el 17 de diciembre, en el segundo aniversario de la muerte de Mohamed Bouazizi y del comienzo del estallido en su ciudad de Sidi Bouzid, el presidente islamista Moncef Marzouki pretendió hacer allí un acto. Después de escucharlo un tiempo, la población lo terminó corriendo con piedras y tomates, al grito de “Dégage! (¡Lárgate!)”.[11]

En un aspecto, Túnez ha dado un paso más allá que Egipto. Tiene como centro de la oposición al islamismo a los sindicatos y a organizaciones que en líneas generales se consideran “de izquierda”, aunque predominen las variantes reformistas. Inclusive la coalición opositora se llama “Frente Popular”.

Es probable que aquí el proceso de deslegitimación del islamismo y la experiencia de las masas con el nuevo gobierno, esté más avanzado que en Egipto.

El resto del Magreb (Argelia y Marruecos) está ahora en aparente tranquilidad. Pero al no haber procesado algunas mínimas reformas (las de la monarquía marroquí resultaron una farsa), hay indicios crecientes de que puede ser la calma que precede a las tormentas.

Jordania es un alerta en ese sentido. Hasta hace poco era el país donde “no pasaba nada”, inmune a la Primavera Árabe. Repentinamente, a mediados de noviembre, estallaron enormes manifestaciones donde la protesta por el aumento del precio de los combustibles se unió a la exigencia de que se vaya la monarquía, sirviente de EEUU e Israel (ver Jodi Rudoren, “Riots Erupt Across Jordan”, New York Times, 14-11-12).

En Libia, el derrocamiento de Gadafi ha sido otro ejemplo de las contradicciones señaladas. El vacío de alternativas independientes políticas y sociales permitió que este legítimo levantamiento popular pudiera ser cooptado por EEUU y la UE, imponiendo un gobierno lacayo a su servicio. Sin embargo, Libia no puede ser tomada como pauta del mundo árabe, tanto por los rasgos muy peculiares de su formación económico-social –desde el mantenimiento de estructuras tribales hasta el hecho de que amplios sectores de la clase obrera moderna, como los petroleros, son trabajadores extranjeros– y por el vacío de expresiones sociales y políticas que no fuesen apéndices del estado, que impuso durante décadas la dictadura de Gadafi. Es un terreno extremadamente difícil para el desarrollo de alternativas independientes.

En Siria, en una terrible guerra civil, la dictadura hereditaria de la familia Assad aparece cada vez más debilitada… pero no está claro lo que resultará de su caída… Al no haber entrado en escena el movimiento obrero y otras fuerzas más independientes (como sucedió en Egipto), la deriva a la guerra civil tiende a llevar las cosas al terreno de los enfrentamientos sectario-religiosos y/o étnicos… lo que en esa región tiene una tradición de siglos; es decir, la religión (y su infinidad de sectas) como forma de expresión de las luchas sociales y políticas.

Asimismo, aunque con más contradicciones y dificultades, el imperialismo y sus socios regionales –Turquía y las petromonarquías del Golfo– han montado ya un operativo de cooptación similar al de Libia: se ha formado la “Coalición Nacional Siria”, encabezada por el ulema Moaz al-Khatib, de la rama siria de la Hermandad Musulmana, que ha sido imán de la importante Mezquita de los Omeyas de Damasco. ¡No sólo en Egipto los “Hermanos” colaboran con EEUU!

En Yemen, después de enormes movilizaciones con más de 2.000 muertos, el retiro del dictador Ali Abdullah Saleh se procesó a través de un acuerdo infame, gestionado por EEUU. No sólo se le garantizó “inmunidad”, sino que el cambio de régimen resultó ser limitado. Asimismo, las tropas de EEUU sigue operando (y asesinando) en ese país, especialmente en las zonas donde habría “islamistas” que no son del agrado de Washington.

En otros estados del Golfo, como Bahrein, las protestas fueron inicialmente aplastadas a sangre y fuego. La invasión y ocupación de Bahrein por las tropas de Arabia Saudita fue sugestivamente “olvidada” por la prensa “libre” de Occidente. Sin embargo, callar no implica que las cosas no ocurran y la realidad deje de existir. En todos esos estados persisten los síntomas de inestabilidad: “En Arabia Saudí se están dando los mismos procesos de crisis que en Egipto”, advierte alarmado un diplomático y analista de EEUU con larga experiencia.[12]

Por último, Egipto, que es el tema central de este texto. El gobierno de la Hermandad Musulmana intenta “poner orden”. El “viejo orden” de la dictadura de Mubarak ya no existe. El “nuevo orden” sería establecer y consolidar un régimen islamista autoritario y conservador, que ponga fin a la etapa iniciada en enero de 2011. Pero la contestación a esta intentona, con movilizaciones masivas de protesta, muestra una vasta oposición popular y juvenil, y también de los sectores más combativos e independientes del movimiento obrero. Al escribir este artículo, Morsi había logrado realizar un referéndum fraudulento para hacer aprobar una Constitución islamista antidemocrática. El masivo repudio expresado en las movilizaciones y hasta en los mismos resultados oficiales del referéndum indica que esta victoria del gobierno islamista no es categórica.

 

Un proceso vivo pero con grandes límites y contradicciones

Esta breve panorámica nos habla de un proceso vivo, pero con grandes límites y contradicciones. Para apreciar estos límites, viene bien una comparación.

Las rebeliones en el mundo árabe –con todas sus grandes diferencias– son un fenómeno comparable a las de Sudamérica en la década pasada: situaciones intolerables llevan finalmente a estallidos sociales y políticos. Sin embargo, aunque en Sudamérica no hubo terribles guerras civiles como las de Libia y Siria, ni tampoco luchas con tal derramamiento de sangre como las de Egipto, Túnez o Yemen, los resultados de los procesos sudamericanos de hace diez años han ido algo más allá que los del mundo árabe… por lo menos hasta ahora.

Concretamente, todavía no han surgido gobiernos ni regímenes como los de Venezuela, Bolivia o Ecuador… o, incluso, mucho más limitadamente, como el de Argentina. Todavía no hay un Chávez, ni nada que se le parezca. Los nuevos gobiernos son tan neoliberales como sus predecesores.

En Sudamérica, tanto Chávez como el resto (aunque en muy distintos grados) han sacado los pies del plato neoliberal. El estado cumple un papel que no es el del neoliberalismo puro y duro dictado por EEUU, la Unión Europea y el FMI. Paralelamente, se desarrollaron márgenes de independencia respecto al imperialismo yanqui, que en los ’90 era amo y señor absoluto en toda Sudamérica. Además, en algunos países, como Venezuela, Bolivia y Ecuador, hubo cambios substanciales del régimen político y el sistema de partidos.

Por supuesto, ninguno de estos países sudamericanos ha salido de los marcos del capitalismo. El “socialismo del siglo XXI” lo es sólo de nombre. Más aun: este nacionalismo burgués del siglo XXI –representado principalmente por Chávez– es mucho menos radical que el nacionalismo del siglo XX, como el de un Nasser, un Perón o un Cárdenas. Pero, hasta ahora, ni siquiera esa mezcla “descafeinada” de nacionalismo, estatismo y asistencialismo, practican los nuevos gobiernos surgidos de la “Primavera Árabe”. Sigue imperando el neoliberalismo. Los reclamos con que las masas salieron en su momento a la calle no están siendo satisfechos, ni siquiera con medidas, en los marcos del capitalismo, de concesiones y asistencialismo a gran escala por parte del Estado, como en los ejemplos citados de Sudamérica. A lo sumo, lo que hay es la continuación de los sistemas privados de “caridad” islámicos –desarrollados principalmente por la Hermandad Musulmana–, a través de mezquitas y otras entidades religiosas, que ya existían previamente.

Como decíamos, estamos ante un proceso vivo pero simultánemente cruzado por inmensas contradicciones y desigualdades. Para entenderlas, hay que empezar por decir algunas cosas sobre la etapa mundial en que estalla la “Primavera Árabe”. Es útil comenzar por esa mirada global y por algunas reflexiones sobre el actual período histórico.

 

 

3. Desigualdades y limitaciones de un nuevo comienzo a nivel mundial

Trotsky advertía en el prólogo a su Historia de la Revolución Rusa que “las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de una nueva sociedad, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la vieja sociedad”. Los avances o retrocesos, los triunfos revolucionarios o las derrotas contrarrevolucionarias, han sido en gran medida consecuencias de cómo se ha ido resolviendo esa gran contradicción. Es la resultante de complejas luchas políticas nacionales e internacionales, que terminan definiendo los alcances finales de los estallidos revolucionarios de las masas. Pero esta abstracción, aunque encuadra correctamente el problema, nos dice poco de cómo se da hoy concretamente esa desigualdad. Y, en particular, en los procesos en el mundo árabe.

Efectivamente, nunca las masas han ido a las revoluciones con “un plan preconcebido”. A veces ni siquiera se dieron cuenta de que estaban iniciando una revolución.[13] Sin embargo, los alcances concretos de esta paradoja son hoy distintos de cuando Trotsky escribía eso, en 1929-32. Trotsky estaba en ese momento en otro período histórico muy diferente al presente. Hoy, la distancia, la desigualdad entre los polos de esa contradicción –el “plan preconcebido” y el rechazo “a la vieja sociedad”– es mucho mayor… y también, en cierto modo, distinta. Y el caso particular de las rebeliones árabes tiene, a su vez, rasgos específicos.

En esos momentos, en vida de Trotsky, amplios sectores de las masas trabajadoras, populares y de la juventud –no sólo en Europa sino también en América Latina, China e incluso en el mundo árabe– tenían en su cabeza ideas (e ideales) socialistas. Estos podían ser confusos y mezclarse con todo tipo de creencias, errores y falsas ilusiones (como el reformismo), pero eran socialistas.

Esto era el resultado de todo un proceso histórico de luchas sociales y políticas. Primero, el desarrollo europeo y luego mundial del movimiento obrero moderno significó simultáneamente –con procesos desiguales y no idénticos– la expansión de las ideas socialistas, aunque fuese bajo sus formas más elementales y confusas. Este hecho, a su vez, tenía una “prehistoria” ideológica y política de gran importancia para nuestra tema, que no pudo darse simultáneamente en Medio Oriente: los antecedentes de la Ilustración y las ideas radicales-anticlericales de las revoluciones burguesas europeas… adoptadas luego también por el movimiento obrero, el feminismo y los movimientos sociales en general.

Pero, en segundo lugar, lo más importante es que había ocurrido una revolución, la Revolución de Octubre de 1917 en el viejo Imperio Ruso. Y su resultado había sido que en la sexta parte del mundo existía –materialmente, no sólo como “idea”–, un sistema que no era capitalista y que se reclamaba socialista (aunque estrictamente no lo fuese). Y esto, incluso, se amplió poco después de la Segunda Guerra Mundial, al Este europeo y China. Unido a eso, estaba el hecho presente para todos, de que esos cambios habían sido producto de enormes revoluciones.[14]

Insistimos: no se trataba solamente de puras “ideas” y “creencias”. Millones formaban parte de movimientos que se proclamaban “socialistas”, aunque las direcciones y programas de esos movimientos de masas frecuentemente fuesen de lo peor… socialdemócratas, stalinistas, laboristas, etc.

Y, en el Tercer Mundo, los nacionalistas burgueses también adoptaban en muchos casos la popular etiqueta “socialista”). Esto se dio especialmente en el mundo árabe. El partido (único) de Nasser se llamaba Unión Socialista Árabe. En Siria e Iraq gobernaban las dos ramas (enemigas mortales) del Ba’ath –el Partido del Renacimiento Árabe Socialista–, cuyo lema era: “Unidad, libertad, socialismo”. ¡No sólo el stalinismo y la socialdemocracia contribuyeron a la confusión fenomenal sobre el socialismo!

Por supuesto, ya muy tempranamente, la contrarrevolución stalinista (junto con el reformismo socialdemócrata) había ido vaciando el carácter realmente socialista (y obrero) de todo eso, hasta que en 1989-91 el estrepitoso derrumbe de la URSS y el Este Europeo, sumado a la veloz restauración y desarrollo capitalista de China, mostró las cosas como eran realmente: una cáscara vacía desde hacia muchas décadas.

Pero el hecho es que, hasta ese momento, aunque cada vez más “desgastado”, aparecía ante los ojos de las masas, como parte de la realidad mundial, algo que no era “capitalista” sino que se reclamaba “socialista”. Se podía estar a favor o en contra, pero era, indiscutiblemente, parte de la realidad mundial.

 

Un período histórico diferente y la perspectiva de relanzar la lucha por el socialismo

Después, tras la caída del Muro de Berlín, el derrumbe de la Unión Soviética y sus estados vasallos del Este, y la restauración en China, el capitalismo (principalmente en su configuración neoliberal) no sólo cubrió todo el planeta. Al mismo tiempo, a los ojos de las grandes masas, la alternativa socialista desapareció de la escena. Y no se eclipsó en silencio: la trompetas atronaron en los oídos de las masas: ¡El socialismo fracasó! ¡Sólo el capitalismo es posible! ¡No hay otra alternativa!

El ciclo histórico que comienza en 1989-91 pareció ser al principio el big bang del capitalismo neoliberal y, simultáneamente, el agujero negro del socialismo. Esto dio lugar a teorías interesadamente disparatadas: desde los que decretaron “el fin de la historia” hasta quienes dedujeron “el fin de las revoluciones”, que en el fondo es lo mismo.

Sin embargo, el triunfo del capitalismo neoliberal (y de su adalid, Estados Unidos) no inauguró una era de progreso histórico, sino de regresión y crisis casi desde su inicio. Ahora el capitalismo ha entrado en una de las crisis globales más graves de su historia, lo que ya muchos caracterizan como la Tercera Gran Depresión (las otras fueron en 1873-96 y 1929-30 hasta la Segunda Guerra Mundial). Y lo único que atina el capitalismo neoliberal para salir del paso, es hundir a las masas trabajadoras y populares en la miseria, incluso en países como los de Europa occidental, que pasaban como modelo de “bienestar social”.

Eso va llevando a una creciente deslegitimación del capitalismo como sistema, y especialmente de su configuración neoliberal. Las catástrofes sociales cada vez peores que provoca han sido en última instancia el principal factor de los estallidos en el mundo árabe, junto con la opresión política. Desempleo, superexplotación, hambre y el más negro horizonte para las jóvenes generaciones es todo lo que puede ofrecer hoy el capitalismo a la gran mayoría de la humanidad.

Para decirlo en las palabras de Trotsky, esa “imposibilidad de seguir soportando la vieja sociedad” es un sentimiento que hoy comparten millones y millones, en todos los continentes… y va in crescendo.

 

Crisis de la alternativa socialista al capitalismo, un obstáculo aún no superado

 

Pero, simultáneamente, “el plan de una nueva sociedad” –la alternativa al capitalismo– está muchísimo más desdibujado en la cabeza de las masas que cuando Trotsky escribía lo que citamos. La crisis de la alternativa socialista al capitalismo provocada por el derrumbe de 1989-91, no se ha superado aún. Es una enorme contradicción que debe resolverse para que se relance la lucha por el socialismo y de verdad se inicie una nueva era de “crisis y revoluciones”, como la que vivía Trotsky al escribir lo que comentamos.

No es casual que la respuesta de todos los gobiernos a las protestas por los insufribles “planes de austeridad” sea la misma en todos los idiomas: “¡no hay alternativa!” Esto, por supuesto, es falso. Pero se apoya en la crisis de la alternativa socialista al capitalismo, que aún está presente en las grandes masas.

Las calamidades acarreadas por el capitalismo, el descontento que está generando en millones y su consiguiente pérdida de legitimidad, han abierto la posibilidad real de un relanzamiento de la lucha por el socialismo… por la revolución socialista. Sin embargo, esto todavía atañe a sectores de la vanguardia, más o menos amplios según los países. Las grandes masas trabajadoras y populares se encuentran más atrás aún.

A su vez, dentro de ese marco general, hay diferencias según las regiones y países, lo que tiene particular importancia en el caso de las rebeliones del mundo árabe.

Esta crisis de la alternativa socialista al capitalismo tuvo su impacto más directo en Europa. Algo lógico, porque el curso histórico que se inicia con la Revolución Socialista de Octubre de 1917, continúa con la degeneración stalinista, luego la Segunda Guerra Mundial y las décadas de decadencia y finaliza con el vergonzoso derrumbe de 1989/91, fue de acontecimientos europeos, en primer lugar. El “fracaso del socialismo” tuvo allí su impacto directo (lo que explica a su vez que muchos de los ex “países socialistas” siguen siendo verdaderos “agujeros negros” políticamente). Pero, al mismo tiempo, Europa es históricamente el continente del nacimiento y desarrollo del movimiento obrero, del socialismo, del marxismo y las revoluciones obreras. Esa inmensa tradición también está presente, y la actual crisis empuja hacia un renacimiento.

Sin embargo, por ahora, más allá de desbordes ocasionales, el péndulo político europeo sigue oscilando en los estrechos límites del centro-derecha al centro-izquierda. Pero si la crisis, las luchas y la rabia acumulada estallan finalmente y lo desbordan, van a reencontrarse con esa tradición…

En América Latina el impacto del “fracaso del socialismo” parece haber sido más mediado, y hoy puede ser atractivo hablar a las masas del “socialismo del siglo XXI”, como en Venezuela… aunque en realidad se trata del nacionalismo burgués del siglo XXI.

 

 

4. La crisis de la alternativa socialista en las rebeliones árabes: una digresión necesaria sobre religión y política

 

El Medio Oriente presenta, a su vez, un panorama con matices propios. Como ya recordamos, los nacionalismos burgueses laicos (de los que provenían, por ejemplo, las dictaduras de Egipto, Siria, Libia, Iraq, etc.) se proclamaron en su momento “socialistas”… añadiendo así su propio aporte a la confusión sobre el “fracaso del socialismo”.

Sin embargo, en cuanto a la conciencia de las masas y sus “proyectos de una nueva sociedad”, hay otro factor importante: un peso histórico de la religión en la sociedad y la política sustancialmente mayor que en Occidente.

Esto es algo que en Occidente fue cambiando después de las guerras de religión de la Reforma y la Contrarreforma. Luego, se superó cualitativamente desde el siglo XVIII con el triunfo de la Ilustración, la Revolución Francesa y la aparición del estado burgués moderno, secular y laico. Este proceso de secularización, de separación de religión y política, fue profundizado por las revoluciones posteriores y por el desarrollo de los movimientos obreros, socialistas y feministas.[15]

Sin embargo, en relación a ese mayor peso de la religión en el mundo árabe, como advertía Edward Said, no es “la cuestión de si existe un homo islamicus”, con su esencia musulmana eterna e inmutable (Edward W. Said, Cubriendo el Islam: 160, Caracas, Random House-Mondadori, 2006). Se trata de un hecho histórico, un producto histórico, que ha tenido además amplísimas oscilaciones en sus expresiones políticas y religiosas. En ese sentido hay que comenzar por despejar algunos mitos de la “islamofobia”, cultivada en Occidente sobre todo después de la Guerra Fría.[16]

Un punto fundamental de esta ideología occidental es que el Islam sería una religión esencialmente diferente del cristianismo (en sus diversas variantes) y del judaísmo (que tampoco es homogéneo). Mientras estas religiones serían “civilizadas” y tendrían –por así decirlo– “buenos modales”, el Islam sería sinónimo de barbarie, intolerancia, violencia y oscurantismo. Siempre estaría pensando en cómo llevar adelante una “guerra santa” contra los buenos, pacíficos e inofensivos cristianos y judíos.

Asimismo, el status de inferioridad de la mujer en el Islam y en los países con legislación musulmana contrastaría con la igualdad que reinaría en el Occidente “cristiano” e Israel.

Esta mitología tiene poco que ver con la realidad histórica… o presente. Por un lado, el Islam –especialmente en sus épocas de esplendor (siglos VII a X)– fue notablemente tolerante con las otras confesiones, especialmente judíos y cristianos, algo que no sucedía en la Europa cristiana. El Islam nunca conoció algo semejante al Santo Oficio (Inquisición), dedicado a asar herejes y que funcionó en varios países de Europa hasta el siglo XIX, como en España. Asimismo, durante siglos, fue superior a Europa a nivel de las ciencias, desde las matemáticas (con el álgebra) a la medicina. Y la primera universidad de la historia no fue fundada en Bolonia, sino en El Cairo, en el siglo X: la Universidad de al-Azhar, que aún existe .

Por otro lado, fue desde la Europa cristiana que comenzó, a principios del siglo XIX, el asalto colonial del capitalismo al mundo árabe e islámico. La expansión de la economía-mundo capitalista, centrada en Europa e iniciada a fines del siglo XV e inicios del XVI, después de exterminar la mayor parte de la población originaria americana y de arrasar África negra para exportar esclavos al Nuevo Mundo, apuntó sus cañones hacia Medio Oriente para colonizarlo. En cuanto al judaísmo, los horrores de la ocupación de Palestina hablan por sí mismos. Todos los colonizadores son iguales, cualquiera sea el dios que invoquen.

Señalemos además que en Medio Oriente este “atraso” cualitativo de la secularización no es exclusivo de quienes profesan el Islam. Lo mismo sucede con los judíos y los cristianos de diversas confesiones, que frecuentemente exhiben un grado de sectarismo comunitario-religioso no menor. El ejemplo más elocuente es Israel. Inicialmente, los colonizadores sionistas eran laicos, librepensadores, la mayoría se decía “socialista”. Ahora, lo notable es la extensión de la ortodoxia judía y el fanatismo religioso a veces delirante. ¡La existencia social determina la conciencia!

El status de inferioridad de la mujer sigue en el Islam las mismas normas patriarcales del tronco judeo-cristiano del cual es parte: “¡Mujeres, estén sometidas a sus maridos como al Señor, porque el marido es la cabeza de la mujer, así como Cristo es la cabeza de la Iglesia!” (San Pablo, Efesios).

La mayor (y relativa) emancipación de la mujer en Occidente no se ha logrado gracias al cristianismo (ni al judaísmo) sino luchando contra las iglesias, especialmente la retrógrada Iglesia Católica. Fueron las revoluciones democrático-burguesas como la Revolución Francesa y, luego, las luchas del movimiento obrero y de los movimientos feministas las que lograron conquistas. Eso tuvo siempre tuvo la oposición cerril de casi todas las corrientes religiosas, y en especial de Roma.

La gran diferencia entre el Islam y sus primos hermanos cristianos no está en su naturaleza como religiones –reaccionaria por igual– sino en el contexto histórico-social en que se desarrollaron. Es decir, en sus distintas formaciones económico-sociales, y el curso histórico que siguieron. Son las sociedades –y las relaciones que las cruzan–, las que “explican” sus creencias religiosas y no al revés.

Las formaciones económico-sociales donde se extendió el Islam en sus épocas de esplendor combinaban modos de producción tributarios o comunitarios con relaciones mercantiles simples a escala local y un importante comercio de larga distancia. Sobre todo eso, se elevaban fuertes aparatos de estado, que gracias a esos tributos podían mantener una clase dominante de familias y clanes ligadas al estado, y poderosas burocracias civiles y cuerpos militares profesionales (ver S. Amin, cit.: 9-44). Esos estados se asentaban en grandes ciudades (como Damasco, Bagdad, El Cairo, Córdoba, etc.), con notables obras públicas.

A su lado, Londres, París o Roma eran miserables. Pero Europa tendría las “ventajas del atraso”, o más bien, de su diferente formación económico-social: el feudalismo. La fragmentación de la soberanía (lo opuesto a lo que sucedía en las regiones del Islam o del Imperio Chino[17]) permitió que en el seno del feudalismo, desde las ciudades, una nueva clase social, la burguesía, hiciera eclosión. Y a partir del siglo XVI, el desarrollo de la “economía-mundo” capitalista con centro en Europa se iría imponiendo en todo el planeta.

Al mismo tiempo, en Europa y Occidente, esto luego daría pie a procesos revolucionarios, una de cuyas consecuencias fue la secularización de la política y los estados.

A su vez, contradictoriamente, este avance universal de la economía-mundo capitalista fue un obstáculo fundamental en las regiones del Islam para lograr una secularización como la alcanzada por Occidente. Es que simultáneamente este avance fue dejando atrás y arruinando a esas regiones de las que hizo su periferia, y que luego sometió a la dominación y explotación colonial. El Islam es la religión predominante en países –como los del mundo árabe– que fueron (y siguen siendo) víctimas de la colonización y explotación del imperialismo moderno.

Asimismo, hay que distinguir el Islam, religión nacida en el siglo VII, del actual “islamismo” o “Islam político”, que es un producto contemporáneo, con antecedentes en el siglo XIX, pero que se desarrolla en el siglo XX, después del nacimiento del automóvil o el avión.

Aunque como todos los credos, en especial los monoteístas, el Islam pretende ser uno, eterno e inmutable como el dios que lo dictó, la religión musulmana se fue transformando con el curso de la historia y bajo la presión de las diversas realidades y conflictos políticos y sociales de los países donde se extendió, y que inevitablemente fue reflejando y expresando.

Así, muy tempranamente, bajo esas presiones, el Islam perdió su unidad inicial, que jamás recuperaría. Mahoma muere en 632 y en el 661 ya comienza la fragmentación… que muchas veces se tiñó de sangre, como en el cristianismo. A partir de allí, se fueron generando, como en el cristianismo, múltiples divisiones, sectas, subsectas, escuelas, etc., cada una de las cuales, por supuesto, se reivindica como la “verdadera” versión del Islam.

Esa fragmentación del Islam reflejó distorsionadamente los distintos intereses y conflictos políticos y sociales, y de la diversidad de pueblos que abarcaba… algo que además cambiaría de contenido con el paso del tiempo.[18]

Al igual que el cristianismo y otras religiones, el Islam también fue, a su manera, una “continuación de la política por otros medios”. Por supuesto, no queremos con esto hacer un reduccionismo político de un fenómeno cualitativamente más amplio y complejo, que abarca mucho más que la política. Lo que nos interesa despejar es la ideología de que en este aspecto hay una diferencia cualitativa entre el Islam y las religiones “occidentales”.[19]

 

El actual islamismo o “Islam político”

 

Naturalmente, este peso cualitativamente mayor de la religión en la sociedad (y su reverso, una secularización menor que en Occidente), proporciona al “islamismo” o “Islam político” un “terreno de siembra” mucho más amplio y fértil que el que disponen, comparativamente, las corrientes político-religiosas en otras regiones más secularizadas del planeta.

Desde ya, esto es muy importante. Sin embargo, sería un error pensar que existen relaciones directas, mecánicas y fatales entre ambos fenómenos: el peso de la religión y el desarrollo del islamismo.

En el mundo árabe y en Egipto en particular hubo grandes oscilaciones: períodos de expansión del islamismo (y de la Hermandad Musulmana) pero también de fuerte declinación.

Dejando de lado sus antecedentes intelectuales en el XIX, como el ya mencionado Al-Afghani, el “islamismo” en el mundo árabe sunnita nace como corriente y organización político-religiosa en 1928, con la fundación de la Hermandad Musulmana en Egipto. Su primera gran expansión en ese país se dio en las décadas de los años 30 y 40 hasta inicios de los 50. Luego choca violentamente con el gobierno nacionalista laico de Nasser (1952/53–1970), que lo aplasta.

Asimismo, en ese período, aproximadamente después de la Segunda Guerra Mundial hasta principios de los 70, los principales movimientos políticos de masas del mundo árabe fueron en su casi totalidad secularistas; en primer lugar, las corrientes nacionalistas laicas. Asimismo, sin alcanzar esas dimensiones, los partidos comunistas stalinistas tuvieron también gran envergadura, tanto en Egipto como en Siria e Iraq.

Es un hecho significativo que ninguna de las luchas por la independencia en esos países tuvo al frente a una corriente islamista. Todas fueron encabezadas por partidos o movimientos laicos nacionalistas de masas (que además, para contribuir a la confusión, en su mayoría se reclamaban socialistas), secundados por partidos comunistas que obedecían a Moscú.

En el caso de Egipto, la Hermandad Musulmana, como dijimos, tuvo un primer período de gran expansión en las décadas del 30 y 40. Aprovechando ese terreno fértil que le facilitaba el peso de la religión musulmana en amplios sectores sociales disconformes –desde la pequeña y mediana burguesía, y pequeños funcionarios del estado, hasta las masas populares más pobres[20]–, la Hermandad se dirigía a ellos agitando una consigna central: “El Islam es la solución”.

Esta vaguedad permitía cualquier interpretación, a gusto del oyente. Además, esfumaba las posiciones dudosas del islamismo tanto en relación a la independencia como sobre la corrupta monarquía del rey Faruk, títere de los ocupantes ingleses… que por la puerta de servicio recibía a los Hermanos.

Sobre la independencia, se argumentaba que el nacionalismo árabe era equivocado porque rompía la “unidad de la Umma” (la comunidad de los creyentes). ¡Una música que no sonaba mal en los oídos de los ocupantes coloniales! La misma excomunión se aplicaba a la formación de partidos políticos, que también “rompían la unidad de la comunidad de los creyentes” (Gilles Kepel, Jihad – Expansion et déclin de l’islamisme: 40, Paris, Gallimard,  2000). ¡Claro que los Hermanos no se aplicaban a sí mismos esta excomunión, aunque en la realidad eran también un partido pero con otro nombre!

Específicamente, “frente a los partidos nacionalistas de la época [la década del 30] que reclamaban la independencia, la partida de los ocupantes ingleses y una Constitución democrática, los Hermanos [Musulmanes] replicaban con un slogan: ‘El Corán es nuestra Constitución’…” (G. Kepel: 39). Era otra divagación que podía “sonar bien” en los oídos de los más humildes creyentes… y simultánemente del rey Faruk, porque esquivaba la lucha concreta por acabar con un régimen monárquico antidemocrático mediante una Asamblea Constituyente democrática.

Otras ambigüedades tenían el mismo efecto. Podían predicarse entre los musulmanes de todas las clases sociales… y que cada cual entendiese lo que más le gustase. Al mismo tiempo, esto permitía a los islamistas “tener relaciones cordiales con el entorno del rey Faruk, que veía en la Hermandad un útil contrapeso a los nacionalistas laicos” (G. Kepel: 40).

La caída de la monarquía y el ascenso de Nasser al poder pusieron a la Hermandad y al nacionalismo nasserista frente a frente. El intento de asesinato de Nasser en octubre de 1954 dio el justificativo para masacrar a los islamistas, encarcelando rápidamente a 20.000 de ellos.

Pero no fue sólo ni principalmente la sangrienta represión la que decidió la batalla. Al mismo tiempo, Nasser –subraya Kepel– “había logrado atraer y ganarse a esa misma pequeña burguesía urbana, a esos estudiantes y aldeanos que nutrían las filas de militantes y simpatizantes [de la Hermandad Musulmana], proponiéndoles desde la toma del poder perspectivas de ascenso e integración social tangibles. La fuerza de atracción de una ideología [el islamismo] y sus límites residen en su articulación a una práctica social. Los éxitos y fracasos del islamismo hasta hoy ilustran esto, lejos de las interpretaciones teleológicas que hacen de este movimiento –para bien o para mal– el resultado necesario de la historia del mundo musulmán” (G. Kepel: 43).

Efectivamente, no hay ninguna fatalidad en ese sentido, ni las determinadas por ideologías religiosas (pese a su innegable influencia), ni menos porque exista en la realidad la caricatura occidental del homo islamicus. Las dificultades y la contestación que están sufriendo hoy los Hermanos Musulmanes en los gobiernos de Egipto y Túnez comprueban eso.

 

La bancarrota del nacionalismo laico abre las puertas a una nueva ola islamista

 

A mediados de los 70, la situación comenzó a cambiar, abriendo el segundo gran auge del islamismo (esta vez a escala de todo el mundo árabe) y, en general,  de las delimitaciones sectario-religiosas que reemplazaron a las alineaciones directamente políticas que primaban en la posguerra.

En ese sentido, es relativamente válida para toda la región la amarga reflexión de un intelectual sirio en los 80: “Hace veinte años, todos éramos nasseristas, comunistas, ba’athistas o nacionalistas árabes. Hoy somos sunnitas, cristianos, alauitas, drusos u otros” (Citado por Michel Seurat, Syrie, l’État de barbarie: 160, París, PUF, 2012).

Este regreso de la religión al centro de la escena política y el consiguiente ascenso de los islamismos fue determinado, en primer lugar, por el desastroso fracaso de los nacionalismos árabes, comenzando por su gran modelo, el nasserismo egipcio. [21]

Las “perspectivas de ascenso e integración social tangibles”, que permitieron a Nasser ganar las bases sociales de los islamistas (y además, el apoyo de la clase obrera), se habían desvanecido a mediados de los 70. Bajo distintas formas, tanto en Egipto como en otros países árabes, los regímenes del nacionalismo burgués laico habían degenerado en dictaduras donde pandillas civiles y principalmente militares se llenaban los bolsillos a costa del respectivo estado “socialista”.

Pero la opulencia de esta nueva burguesía crecida a la sombra de esos estados contrastaba con la situación de la economía y las finanzas, que empezaba a ser crítica. Bajo esta presión, en el caso de Egipto, Anwar Sadat, el sucesor de Nasser, va a dar el giro hacia la sumisión a EE.UU. e Israel… y por supuesto al Fondo Monetario Internacional.

Esto tendrá graves consecuencias. En 1977, en cumplimiento de los acuerdos con el FMI, Sadat reduce el tamaño del pan subsidiado, y estalla entonces la “Intifada del pan. Durante varios días, masivas protestas amenazan la continuidad del régimen. Sadat logra sostenerse, pero a costa de matanzas en las que debe comprometer a las fuerzas armadas.

Es en este escenario de los 70, opuesto por el vértice al de los años de apogeo de Nasser, que se iniciará el retorno de la Hermandad Musulmana, su conquista de amplios sectores de masas y la conformación, además, de una gran burguesía islamista, que dirige directamente a la Hermandad y que con el multimillonario Morsi gobierna hoy Egipto.

Como veremos más adelante, a favor de este retorno triunfal del islamismo confluyeron también otros factores políticos y económicos. El primero fue el fabuloso enriquecimiento desde 1973 del llamado “petro-islam” (Arabia Saudita y los estados del Golfo), que volcaron fortunas para sostener la propaganda, las actividades y los negocios de la Hermandad, especialmente en Egipto. Luego, en 1979, se produjo el triunfo de la “revolución islámica” del ayatola Jomeini en Irán. Y en ese mismo año, la invasión de la URSS a Afganistán dio pie para una movilización islamista internacional bajo la bandera del “anticomunismo”.

Esos hechos ya hacían difícil levantar una alternativa de izquierda a la bancarrota del nacionalismo burgués laico.

Pero esa posibilidad estuvo cerrada por completo, porque la “izquierda” en esos países estaba exclusivamente representada por los partidos comunistas, que siempre habían capitulado y colaborado con esos regímenes. No habían sido una alternativa a ellos ni lo serían después.

En Egipto esto llegó al colmo. En 1965, el Partido Comunista directamente se disolvió como organización. Sus miembros ingresaron individualmente al partido de Nasser, la Unión Socialista Árabe, que no tenía la menor vida política ni decidía acerca de nada. Era sólo un órgano de control político-policial del Estado sobre la sociedad. Luego, bajo Sadat, los stalinistas continuaron prestando su apoyo, a pesar de su escandaloso giro a la derecha.

La misma historia se repitió desde 1981 con Mubarak, pero bajo diferentes formas. Los remanentes de la vieja izquierda constituyeron el Tagammu (Partido Unionista Nacional Progresista) cuya política fue el combate contra los islamistas, considerando que Mubarak era el mal menor.[22] Y en las elecciones presidenciales del 2012, llamaron a votar por el general Ahmed Shafiq, último primer ministro de Mubarak y candidato de la junta militar (el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas-CSFA).

En esa situación, el vacío político creado por la bancarrota del nacionalista laico no podía ser llenado desde la izquierda. La única alternativa la ofrecía, desde la derecha, el islamismo.

 

 

5. “Proyectos de nueva sociedad”, independencia política y demandas inmediatas de las masas trabajadoras y populares

 

Ésta es la raíz de la gran contradicción que vemos por todos lados y también en Egipto, Túnez y otros países en el torrente de la rebeliones árabes: la desigualdad que existe, por un lado, entre las luchas y movimientos en que participan vastos sectores de masas populares, juveniles y también de trabajadores, y, por otro lado, el desarrollo de corrientes y fuerzas independientes; es decir, de organizaciones sociales y políticas que no se subordinen a algún sector de las clases dominantes (sean islamistas o laicos, “comunitarios” o nacionales) ni tampoco a sus “sponsors” de EEUU, Turquía y las diferentes monarquías del Golfo (que intervienen apoyando y financiando a unos u otros).

En el caso de Egipto, esto significa principalmente la necesidad perentoria de independencia política respecto a las dos grandes corrientes político-ideológicas en que se divide la burguesía: los islamistas por un lado (Hermandad Musulmana, Al-Nour y otros salafistas), y los laicos o “secularistas” (como los liberales de El-Baradei, los nasseristas de izquierda encabezados por Hamdin Sabahi, etc.).

La unidad de acción circunstancial y en puntos determinados –como ahora, en Egipto, con los laicos, para derrotar los intentos autoritarios de Morsi y los islamistas– será muchas veces obligatoria e ineludible. Pero, a través de todas esas tácticas, lo decisivo es lo estratégico: el desarrollo de alternativas independientes.

Dicho de otro modo, si en medio de estos inmensos procesos revolucionarios no se desarrollan ampliamente las organizaciones sociales de masas obreras, juveniles y populares que sean independientes y democráticas –sindicatos no estatizados y sin burócratas, comités obreros, juveniles y populares en los lugares de trabajo, estudio y vivienda, etc.– y, por encima de todo, si al mismo tiempo no se fortalecen cualitativamente los partidos, las organizaciones políticas socialistas revolucionarias, será muy difícil ir más allá de algunos cambios políticos limitados… de cambios democrático-formales. E incluso las conquistas que ya existen en ese terreno, estarán seriamente amenazadas, ahora en especial por los islamistas, como es evidente en Egipto y Túnez en estos momentos.

Pero, simultáneamente, es muy importante advertir que estas contradictorias desigualdades no son mecánicas, ni se dan en el vacío. Es verdad que la gran mayoría de las masas trabajadoras, juveniles y populares todavía no tienen en la cabeza al socialismo como “proyecto de una nueva sociedad”. Pero, tanto en Egipto como en Túnez y otros países, se vienen mostrando hipersensibles a dos temas cruciales:

1) Las demandas democráticas: hay un rechazo visceral a las tentativas de coartar las libertades conquistadas a un costo terrible y derivar en otro régimen autoritario. En Egipto esto ahora le ha estallado en las manos a Morsi, con sus intentos de asumir poderes absolutos y de imponer una Constitución islamista.

2) Las demandas inmediatas de salario, empleo, derechos de la mujer, condiciones de vida, etc., que se agudizan por misma crisis y por las políticas neoliberales de los flamantes gobiernos islamistas.

Esta es una clave del porqué, a corto plazo, en meses, los gobiernos islamistas, en primer lugar el de Egipto, comenzaron a desprestigiarse y a enfrentar todo tipo de protestas y reclamos desde abajo, que ahora en el caso de Morsi se terminan combinando con el problema global del régimen político y la Constitución.

Dicho de otro modo: las masas trabajadoras y populares, y la juventud, salieron a derribar las viejas dictaduras ante todo porque eran cada vez insoportables las condiciones de vida agravadas por la crisis mundial que se combinaba con la falta de libertades. En Egipto y Túnez, la mayoría hizo una primera apuesta al proyecto islamista “moderado”. Pero los nuevos gobiernos islamistas neoliberales van en sentido contrario de ambos reclamos.

Están resultando un fiasco porque su rotundo neoliberalismo, en medio de una situación ruinosa de la economía, no tiene márgenes de concesiones al estilo del “populismo” sudamericano. Además, su objetivo político es “poner orden” y recortar las libertades conquistadas, imponer la retrógrada sharía (ley islámica), agravar la dominación patriarcal y la opresión de la mujer, etc.

El choque de las masas que se dan de narices contra esta realidad (para muchos inesperada), vuelve a desestabilizar la situación.

 

 

 6. De Plaza Tahrir a Morsi presidente: los últimos fueron los primeros

Pero veamos más de cerca cómo han venido funcionando en el caso de Egipto algunas de estas contradicciones y desigualdades. En Egipto, las masas trabajadoras, juveniles y populares salieron a la calle contra la dictadura de Mubarak. Los primeros fueron los sectores predominantemente laicos, movimientos de la juventud –como el 6 de Abril–, activistas sindicales y de la izquierda. En cambio, los islamistas inicialmente brillaron por su ausencia.

La Hermandad Musulmana –que venía desde hacía años en componendas con la dictadura, como “oposición de Su Majestad”– vaciló una larga semana hasta decidirse a movilizar. Los salafistas también cumplieron inicialmente un papel vergonzoso, aunque con otros argumentos: que lo de plaza Tahrir era una provocación para justificar una represión sangrienta. Luego, la Hermandad pasó meses de pasividad y de idilio con los militares, aunque matizados con rencillas con la vieja camada de generales compadres de Mubarak.

Pero vienen las elecciones legislativas de fines de 2011. Y la Hermandad Musulmana, que llegó última a Plaza Tahrir (después de años de colaboración con Mubarak), llegó primera en las elecciones legislativas, seguidas de los salafistas que no habían hecho mejor papel. Superaron a los sectores laicos y de izquierda que dieron la cara desde el principio. Más o menos lo mismo sucedería en las elecciones de Túnez.

Luego, a mediados de 2012 –el 23/24 de mayo la primera ronda y el 16/17 de junio, la segunda– se realizan las elecciones presidenciales, que produce otro resultado asombroso (por decir lo menos). En la primera ronda, los dos candidatos más votados, con alrededor de una cuarta parte de los votos cada uno, fueron Morsi, de la Hermandad Musulmana, y el candidato de la junta militar (el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas -CSFA), el general Ahmed Shafiq, ex primer ministro del caído dictador Mubarak.

¡Aunque los Hermanos Musulmanes ya habían perdido la mitad de sus votos de las anteriores elecciones legislativas, son ellos con Morsi los que llegan al ballottage junto con el candidato de la junta militar! Cada uno obtiene aproximadamente apneas un 25% de los votos en la primera ronda. ¡Así, la segunda vuelta es una elección entre la peste y el cólera! Parecía inconcebible e inexplicable que éste fuese el resultado de plaza Tahrir… Sin embargo tenía su lógica profunda, debido a las contradicciones y desigualdades que antes analizamos.

Hamdin Sabahi, candidato laico, nasserista de izquierda y destacado opositor a la dictadura militar, entró tercero, a muy pocos puntos de Morsi y Shafik. Aunque no era un candidato clasista ni menos aun socialista, era electoralmente el más representativo de la rebelión de plaza Tahrir. En El Cairo, Alejandría y otras ciudades importantes y centros industriales y políticos del país que fueron focos de las luchas, el ganador fue Sabahi. En contraposición fue principalmente en el Egipto más atrasado y conservador donde se impusieron los candidatos islamista y militar. La retaguardia que no se movilizó, fue usada para aplastar electoralmente a la vanguardia que derribó la dictadura. Asimismo, a Morsi y Shafik los favoreció un crecimiento de la abstención en relación a las anteriores elecciones parlamentarias, lo que abarcó también a sectores de la vanguardia.

Pero esos no fueron los únicos factores importantes. Las elecciones presidenciales dieron otro ejemplo del fraudulento chantaje del “voto por el mal menor”, una de las típicas trampas de la “democracia” burguesa. Como resultado de esta extorsión, hubo sectores de opositores laicos a la dictadura de Mubarak, que votaron sin embargo a Shafik por miedo a los islamistas. Viceversa, muchos más, sin ser islamistas, votaron a Morsi por miedo a la continuidad de los militares…[23] O, si no llegaron a votarlo, dieron un suspiro de alivio al perder Shafik. Un periodista de izquierda describe así la cosa:

“En cuanto se conoció la noticia el domingo de que Mohamed Morsi era oficialmente el primer civil electo presidente, pude escuchar cánticos de festejo en la calle. Los porteros del barrio se reunieron en las esquinas dando saltos, de la misma manera en que los veo hacerlo cuando la selección egipcia de fútbol convierte un gol. Sus hijos, descalzos, corrían por la calle, buscando autos caros que pasaran para cantarles ‘Morsi! Morsi!’ Entretanto, ‘en los barrios obreros de El Cairo se celebraba con fuegos artificiales, bailes y dulces, con esperanzas de un futuro mejor’, informaba mi amiga Lina el-Wardani del diario Al Ahram.

“Para muchos, incluyendo los que boicotearon las elecciones a anularon el voto, sin duda fue una señal de alivia. Como millones de egipcios, yo estaba seguro de que la junta militar gobernante iba a hacer fraude en favor del general Ahmad Shafiq, que iría a ser el nuevo presidente. Estoy feliz de haberme equivocado…” (Hossam el-Hamalawy, “Morsi, SCAF and the revolutionary left”, 3arabawy, 30-6-12).

Pero los “suspiros de alivio” por haber evitado –bajo otro general– la continuidad de los militares del viejo régimen no implican que las masas trabajadoras, juveniles y populares firmasen un cheque en blanco a Mohamed Morsi, ni a la Hermandad Musulmana, ni al islamismo en general. ¡Importantes sectores de masas, sobre todo de los que se habían movilizado para derribar a Mubarak, pasaron inmediatamente a exigir soluciones… y luego a cuestionar el intento de imponer bajo pretextos religiosos una Constitución antidemocrática y autoritaria para “poner orden”! Y además, millones, comenzaron a desilusionarse de los Hermanos Musulmanes.

 

Los primeros cien días de Morsi: promesas burladas y olas de huelgas, reclamos y protestas

 

Bajo la presidencia del islamista Morsi no ha reinado la paz de los cementerios… ni de las mezquitas. Por un lado, las masas comenzaron a hacer sus primeras experiencias con un gobierno islamista. Y las sentimientos comenzaron a ser de rápida desilusión. En estos tiempos de crisis, suele ser algo común a los nuevos gobiernos burgueses neoliberales, sean islámicos como Morsi en Egipto, devotos católicos como Rajoy en España o librepensadores ateos como François Hollande en Francia.

Uno de los ejes de la campaña electoral de Morsi, fue un fantástico plan neoliberal-islámico –el “Proyecto Nahda (Renacimiento)”[24], por el cual apenas asumiese la presidencia iba a comenzar un boom de inversión extranjera de 200.000 millones de dólares, que relanzaría la economía de Egipto, lo convertiría en sólo cuatro o cinco años en un país desarrollado, y generaría empleo y prosperidad para todos. El desempleo –el problema popular más grave– se reduciría en 5 puntos por año (“Dr. Morsi’s Electoral Program -General Features of Nahda (Renaissance) Project”, Ikhwanweb, 28-4-12 y Mohamed Gouda, “Brotherhood’s Nahda Project Will Uplift Egypt in Four Years”, Ikhwanweb, 7-5-12).

Este Proyecto Nahda era otro clásico “programa electoral” de los partidos burgueses, lleno de generalidades y planes maravillosos… que poco tienen que ver con lo que hacen después en el gobierno. Son sólo un anzuelo para pescar votos. Ya con Morsi en la presidencia, las nubes rosadas del Proyecto Nahda salieron de escena, reemplazadas por las noticias de las sombrías negociaciones de un préstamo por 4.800 millones de dólares con el FMI, que exige como de costumbre su libra de carne. Por ejemplo, acabar con los demagógicos subsidios a los combustibles y el gas de consumo popular (“EU, USA suspend US$1 billion grant to Egypt pending IMF loan agreement”, Al-Masry Al-Youm, 30-10-12).

Pero Morsi, además del famoso Proyecto Nahda, había prometido solucionar en cien días varios problemas sentidos por las masas populares, desde el reparto de pan a los pobres hasta los dificultades del transporte, pasando por la provisión de gas envasado.

Pero tampoco estas promesas de los primeros cien días fueron cumplidas. En verdad, con Morsi las condiciones de vida han ido empeorando día a día. “El que soñó con que las colas de la nafta y el pan subsidiado desaparecerían en los primeros 100 días del presidente electo, ya debe haber despertado”, señalaba un periodista al hacer el balance (Niveen Wahish, “Queuing continues”, Al Ahram weekly, 10-11-12).

En cuanto al transporte, se produjo una tragedia que conmovió al país: 50 personas, casi todos niños, murieron en un accidente ferroviario. Esto tuvo una gran repercusión política: es que además los trabajadores ferroviarios venían alertando sobre la situación desastrosa del ferrocarril. Y el gobierno islamista resultó tan sordo como los anteriores (“Railway workers: Authorities ignored safety complaints before Assiut crash”, Al Ahram (diario), 19-11-12).

Otro tema escandaloso es la salud pública, que también ha desmejorado visiblemente. La situación bajo Mubarak ya era muy mala. Con Morsi está peor. Esto ha desencadenado protestas de los mismos médicos. A principios de diciembre, frente a varios hospitales, los doctores hicieron piquetes con afiches donde denuncian las enormes carencias, desde las medicinas más elementales hasta jeringas hipodérmicas (Cam McGrath, “Doctors have taken to the streets to raise awareness of the decrepit state of Egypt’s underfunded health system”, Inter Press Service, El Cairo, 9-12-12).

 

Se multiplican las demandas

El hecho es que ni en los cien primeros días de Morsi ni en los meses que siguieron, los problemas y demandas populares comenzaron a solucionarse. Y esto determinó que tampoco las huelgas obreras ni las protestas y reclamos populares se detuviesen. En un artículo de balance de sus tres primeros meses, resumíamos así el panorama:

“Los primeros cien días de Morsi fueron, entonces, de otra ola de huelgas y reclamos y de organización sindical independiente de nuevos sectores de trabajadores, como por ejemplo los recolectores de basura (que además es un problema monumental en El Cairo).

“Entre la larga lista de sectores en conflicto se destacan los trabajadores del acero, los obreros y empleados del Canal de Suez, los profesores y trabajadores de unas veinte universidades, profesores de secundaria y maestros de escuela primaria, trabajadores del transporte público, personal y azafatas de las líneas aéreas, médicos, enfermeros y personal de los hospitales públicos, etc..

“Además hubo manifestaciones de desempleados (con cócteles molotov) exigiendo trabajo. También otras marchas, con bloqueos a los ministerios, piquetes y sentadas en las calles, protestando contra la escasez de gas, los cortes de electricidad, los aumentos de precios, etc..

“Un hecho a subrayar es que organizaciones sindicales de algunos de esos sectores, como el de los médicos de los hospitales públicos, están dirigidas por gente que es miembro de la Hermandad Musulmana… lo que no pudo evitar que hicieran huelgas al mismo gobierno de la Hermandad” (“Egipto: los primeros 100 días del presidente islamista”, Socialismo o Barbarie periódico, 2-11-12).

Diversos estudios indican que 2012 marcó un récord de conflictividad. Según el Egyptian Center for Economic and Social Rights, “durante 2012 se produjeron 3.400 protestas sobre puntos económicos y sociales, la mayoría conflictos laborales”, contra “sólo 1.400 en 2011”, lo que ya era un cifra elevada en relación con los años anteriores a la caída de Mubarak. Pero el dato más importante es que “de esos 3.400 conflictos de 2016, 2.400 se produjeron después de que Morsi asumiese la presidencia”. Y se concluye que “a juzgar por este nivel del activismo obrero, las expectativas que había en Morsi fueron decepcionadas” (citado por Joel Beinin, “Workers, Trade Unions and Egypt’s Political Future”, Middle East Research and Information Project-MERIP, 18-1-13).

Pero la protesta social… y los reclamos al nuevo gobierno islamista no ha sido sólo de la clase obrera y los trabajadores asalariados en general. Rotos los diques de la dictadura e instalado un nuevo gobierno que muchos votaron e incluso festejaron, todo el mundo desenfunda su lista de demandas al nuevo gobierno… lo que por supuesto choca con el neoliberalismo de los billonarios que dirigen a los “hermanitos” musulmanes.

Uno de los numerosos ejemplos de esta colisión fue el estallido en Al-Tahsine, una aldea de sólo 3.000 habitantes, en el Delta de Nilo al norte de El Cairo, que además condensa medio siglo de historia de Egipto:

“Al-Tahsine –informa un reportero de Al Ahram hebdo– se construyó en los años 60, en la época del presidente socialista Gamal Abdel-Nasser. Él decidió poner fin a la dominación de los grandes terratenientes distribuyendo a cada campesino 5 feddans de tierra cultivable. Pero esa felicidad no duró. El presidente Anwar al-Sadat devolvió los terrenos a los propietarios y los campesinos desde entonces deben pagar un alquiler. En 1990, el Estado concedió créditos a 15 años a los campesinos para recomprar esas tierras. Pero ante las condiciones de vida difíciles de esos campesinos, la mayoría de ellos no han podido pagar su deuda y están amenazados con la cárcel” (Hicham Mourad, “Al-Tahsine: Exaspérés d’être des laissés-pour-compte”, Al Ahram hebdo, 14-11-12).

Hoy los habitantes de Al-Tahsine viven en la peor miseria. Comenzaron haciendo demandas pacíficas con grandes esperanzas en el nuevo gobierno islamista. Las respuestas desde arriba fueron amenazas de represión…

“La gente está a punto de explotar –continúa el periodista–. Sin encontrar respuestas a sus reivindicaciones ni una luz de esperanza ante su miseria, muestran su enojo bloqueando las vías y las rutas principales” (cit.). Además, declararon la “independencia” de la aldea y la desobediencia a todas las autoridades.

Quizás lo más interesante políticamente es lo que dicen al final del reportaje: “Díganle a Morsi que acá la gente no come Constitución, ni Parlamento. Lo votamos con la esperanza de recuperar nuestros derechos… Habíamos pensado que sería nuestra tabla de salvación. No fue así, y por lo tanto, no nos queda más alternativa que luchar” (cit.).

 

 

7. El nuevo movimiento obrero independiente: avances y limitaciones de un actor decisivo

Todo el mundo comenzó a hacer sus reclamos luego de la caída de Mubarak… y los redobló después de la subida de Morsi. Pero indudablemente ha sido la clase trabajadora la que ha ido marcando desde hace mucho el compás de los reclamos… aunque al mismo tiempo con enormes desigualdades y limitaciones, en primer lugar en cuanto a liderazgo político, tanto propio como en relación al resto de la sociedad.

Sin embargo, pese a todas esas desigualdades, la clase trabajadora y el movimiento obrero egipcio han jugado un papel de primer orden, y que se destaca como un factor de extraordinaria importancia en el contexto de las rebeliones árabes.[25] Como ya señalamos inicialmente, Egipto no sólo fue el país donde el gran terremoto fue precedido por varios años de temblores. Muchos de esos temblores fueron producidos por la actividad del movimiento obrero, tanto por sus luchas reivindicativas como por el nacimiento de corrientes antiburocráticas y sindicatos independientes, que enfrentaron a los patrones, a Mubarak y a los burócratas de los sindicatos estatizados de la dictadura. Esta es una historia tan apasionante como poco conocida en Occidente.

 

El movimiento obrero antes de Plaza Tahrir: de Nasser a Mubarak

Como otras clases trabajadoras de Medio Oriente y del resto del mundo, la de Egipto estaba encuadrada en una central sindical burocrática, que más que ejercer su representación era principalmente un órgano de control del estado. Joel Beinin –historiador y profesor liberal-progre de una universidad de El Cairo–, define así la situación:

“En tanto única organización sindical legal de Egipto y brazo del Estado por casi 60 años, la Federación Sindical Egipcia (sigla inglesa ETUF) ha tenido el monopolio de la representación de los trabajadores. Aunque su misión es controlar a los trabajadores tanto como representarlos, la ETUF no ha podido evitar el crecimiento de la disidencia sindical militante desde fines de los años 90. Los trabajadores fueron, con mucha diferencia, el componente principal de la floreciente cultura de la protesta en los 2000, que socavó la legitimidad del régimen de Mubarak” (Joel Beinin, “The Rise of Egypt’s Workers”, Carnegie Paper, Middle East, junio 2012).

El movimiento obrero de Egipto tiene la más larga historia del mundo árabe. Como ya señalamos, el primer sindicato se fundó en 1900; y luego en 1919, en el gran alzamiento contra el colonialismo británico, las organizaciones obreras ya participaban.

Pero la historia “moderna” del movimiento obrero egipcio comienza con Nasser. El régimen nacionalista burgués, bajo el cual se logra la retirada total de los británicos y la nacionalización de Canal de Suez, sería uno de los más “radicales” del Tercer Mundo. Llevó al extremo el mecanismo tempranamente analizado por Trotsky en el caso de la presidencia de Lázaro Cárdenas en México: un gobierno burgués que, para hacer frente al imperialismo, se apoya en la clase trabajadora y las masas populares. Para eso debe dar amplias concesiones. Pero, al mismo tiempo, establecer un férreo control sobre su peligrosa base social; en primer lugar sobre la clase obrera, estableciendo aparatos sindicales burocráticos y estatizados.

La burocratización y simultáneamente la transformación de los sindicatos, de hecho, en una rama sui generis del aparato del estado, fue la norma que se generalizaría en este tipo de regímenes. En América Latina, el peronismo en Argentina sería uno de sus principales ejemplos, luego de la temprana experiencia mexicana. En el mundo árabe, Nasser y otros regímenes similares, como los del Ba’ath en Siria e Iraq, harían lo mismo. “Desde su creación en 1947, la ETUF ha sido la única organización sindical legal en Egipto, lo que quedó formalizado por la ley 35 de 1976. Ha sido también un brazo del Estado, a pesar de los tremendos cambios en la política económica y social desde los años 50” (Beinin, cit.).

Sin embargo, subrayemos que Nasser establecía este formidable aparato burocrático verticalista y estatizado junto con importantes concesiones de salario, empleo, leyes laborales, etc. Asimismo, el formidable impulso inicial del nasserismo a la industrialización de Egipto mediante una multitud de empresas del estado (¡que además se reclamaban “socialistas”!) y emprendimientos monumentales, como la gran represa de Asuán, generaban empleo para amplios sectores que antes vegetaba miserablemente en el campo o los suburbios de las ciudades. Todo eso “legitimaba”, por así decirlo, a la central burocrática, aparato de control estatal autoritario.

Pero en los 70 se produjeron, efectivamente, “tremendos cambios en la política económica y social”: el giro de 180 grados que hizo el sucesor de Nasser, Anwar al-Sadat. Como aludimos al principio, Egipto fue otro clásico también en esa materia: de ejemplo mundial del más avanzado nacionalismo “tercermundista”, pasó a ser, junto con Arabia Saudita, el más servil colaborador de EEUU en la región, capitulando también a Israel.

Esto también implicó, primero con Sadat y peor todavía con Mubarak, un giro al neoliberalismo, con los consiguientes ataques a las conquistas obreras de la era nasserista. Pero así también quedaba en tela de juicio la legitimidad de la EFTU, la central burocrática. Esto abriría un largo proceso, con muchos altibajos, de cuestionamiento desde la vanguardia obrera y sectores de las bases a la EFTU y a su burocracia estatizada y corrupta, que entregaba las conquistas del pasado.

 

Resistencia al curso neoliberal: surge una vanguardia sindical y organizaciones obreras independientes

 

Así, en la década que precedió el estallido, tomaría impulso un proceso de rupturas y desbordes de la central burocrática, que llevaría a grandes luchas y la constitución de organismos obreros y sindicatos independientes de la EFTU. Finalmente, la conjunción de una huelga general impulsada por los sindicatos independientes con las movilizaciones juveniles y populares que habían comenzado en plaza Tahrir y se habían expandido al resto del país, determinaría la caída de Mubarak.

“Los reclamos de los trabajadores –dice el historiador citado– tenían su raíz en la oposición al curso privatizador de las empresas estatales, que empezó cuando el presidente Anwar al-Sadat proclamó la política económica de ‘puertas abiertas’ en 1974. Desde entonces, los sucesivos gobiernos egipcios, al principio de manera renuente y espasmódica, reestructuraron la economía siguiendo el modelo del Consenso de Washington propuesto por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el gobierno de EE.UU. En junio de 1991 el gobierno de Hosni Mubarak firmó un acuerdo, el Programa de Reestructuración Económica y Ajuste Estructural (sigla en inglés ERSAP) con el FMI y el Banco Mundial; la Ley 203 de 1991 estableció el marco para la privatización de 314 empresas públicas…” (cit.).

Después de hacer objeciones verbales pour la gallerie, “la dirección del ETUF aceptó el ERSAP y la Ley 203. De modo similar el ETUF al principio resistió pero finalmente reconoció la puesta en marcha de la Ley Laboral Unificada de 2003. Esa ley alteraba radicalmente la práctica habitual de dar a los trabajadores empleo fijo después de un período de prueba, y permitía a la patronal contratar trabajadores de manera indefinida con contratos temporarios por un período determinado y despedirlos a su sola discreción a la finalización de esos contratos” (cit.).

Sin embargo, mientras en este curso la EFTU y sus burócratas perdían cada vez más legitimidad, por abajo las cosas venían calentándose cada vez más: “Entre 1998 y 2010, más de 2 millones, quizá hasta 4 millones de trabajadores egipcios participaron en las entre 3.400 y 4.000 huelgas y acciones colectivas. Estas protestas jugaron un papel central en la deslegitimación del régimen ante muchos egipcios… mucho antes de las manifestaciones de masas que terminaron en el derrocamiento de Mubarak en febrero de 2011” (cit.).

Las medidas neoliberales y antiobreras tomadas por Mubarak fueron agudizando simultáneamente este proceso. En julio de 2004 se inauguró el llamado “gobierno de los hombres de negocios”, encabezado por el primer ministro Ahmed Nazif, para “acelerar la transformación neoliberal de la economía y el remate del sector público. Y lo logró. El Banco Mundial elogiaba de manera entusiasta a Egipto por su reforma económica y calificó varias veces al país como uno de los diez más comprometidos con las ‘reformas’. La ETUF no hizo oír ninguna objeción… (…) Aunque la dirección máxima de la ETUF aceptó este curso de la economía, muchos afiliados de base no. Inmediatamente después de que asumiera el gobierno de Nazif, aumentaron las medidas de fuerza. El cálculo más elevado del número total de protestas laborales entre 1988 y 1993 es de 162, un promedio de 27 por año. Entre 1998 y 2003, el promedio anual de acciones colectivas subió a 118. Pero en 2004 hubo 265; más del 70 por ciento tuvieron lugar luego de la asunción de Nazif en julio. El movimiento se focalizó al principio en la industria textil, uno de los blancos predilectos de la privatización, pero para 2007 abarcaba prácticamente toda la industria, los servicios públicos, el transporte, los empleados públicos y los profesionales” (cit.).

“A pesar del ascenso de las protestas que no podía controlar, la ETUF siguió siendo la representante nominal del trabajo organizado”, señala Beinin. Al comenzar la rebelión contra Mubarak, sólo tres sindicatos eran formalmente independientes de la EFTU; uno de ellos –el IGURETA (sindicato independiente de un sector de empleados públicos)– había encabezado luchas importantes, de gran repercusión… y que además habían triunfado!

Sin embargo, la gran mayoría de esas luchas eran conducidas por organizaciones más de base e independientes de la burocracia de la EFTU, principalmente comités de huelga. Un ejemplo fue la histórica huelga del 2007 de los 22.000 obreros y obreras de la textil Misr Spinning and Weaving Co., en la ciudad industrial de Al Mahalla, en el Delta del Nilo. Este conflicto tuvo particular importancia porque por primera vez, además de los reclamos económicos, desde el comité de huelga se levantó la bandera de la lucha política contra el régimen de Mubarak. Y hoy, Al Mahalla es uno de los bastiones más fuertes de oposición al gobierno islamista. Por ejemplo, una gran asamblea popular, el 7 de diciembre, proclamó a Al Mahalla como una “República Independiente” mientras Morsi siga en el gobierno (Jano Charbel, “In opposition to Morsi, Mahalla declares autonomy”, Al Masry Al Youm, El Cairo, 12-12-12).

 

Plaza Tahrir, la fundación de la EFITU… y su inmediata división

 

Esta acumulación de fuerzas en el movimiento obrero sería decisiva para la lucha contra la dictadura en enero y febrero de 2011. Y en medio de la batalla de plaza Tahrir se constituyó la primera central obrera independiente, la EFITU (Egyptian Federation of Independent Trade Unions):

“A pesar de que no podían tomar la dirección –relata Beinin–, los trabajadores se movilizaron con rapidez en las primeras etapas del terremoto que terminó deponiendo a Hosni Mubarak, y tienen en el proceso un mérito mayor al que habitualmente se les da. Uno de los hechos que se suele pasar por alto del levantamiento popular fue la formación de la EFITU, la primera nueva institución que surgía de la revuelta. Su nacimiento se anunció el 30 de enero de 2011 en una conferencia de prensa en la Plaza Tahrir de El Cairo, el epicentro del movimiento popular que derrocó a Mubarak. El surgimiento de la EFITU violaba el monopolio sindical legal de la ETUF, y era por ende un hecho revolucionario, es decir, un delito se convierte en la base de una nueva legalidad.

“IGURETA y los sindicatos independientes de los técnicos de salud y docentes comenzaron la nueva federación con el apoyo del Centro para los Sindicatos y los Trabajadores de Servicios (sigla en inglés CTUWS), una ONG de base dedicado a cuestiones laborales fundada en 1990. Se le unieron los recientes 8,5 millones de miembros de la asociación de retirados y representantes de trabajadores textiles, farmacéuticos, químicos, metalúrgicos, siderúrgicos y de automóviles de las zonas industriales de El Cairo, Helwan, Mahalla al-Kubra, Ramadan City y Sadat City” (cit.).

Simultáneamente, este nuevo movimiento obrero, aunque no dirigía políticamente ni hegemonizaba la rebelión, daría el golpe de gracia a Mubarak mediante la huelga general:

“En un proceso facilitado por el cierre oficial de todos los lugares de trabajo a principios de febrero, muchos trabajadores participaron como individuos en el levantamiento popular. El 6 de febrero volvieron a sus puestos de trabajo; sólo dos días después, la EFITU llamó a la huelga general exigiendo la salida del poder de Mubarak. Decenas de miles de trabajadores, incluyendo los de lugares de trabajo masivos y estratégicos como la Autoridad del Transporte Público de El Cairo, Egyptian State Railways, las compañías subsidiarias de la Autoridad del Canal de Suez, la compañía estatal de electricidad y Ghazl al-Mahalla respondieron al llamado, con 60 huelgas y protestas en los días previos a la caída de Mubarak el 11 de febrero. Como explica Khalid Ali, ‘los trabajadores no empezaron el movimiento del 25 de enero porque no tenían estructura organizativa… [Pero] uno de los pasos importantes de esta revolución fue cuando empezaron a protestar, dándole a la revolución un perfil económico y social además de los reclamos políticos’.

“Según el Centro de Derechos Humanos Hijos de la Tierra, la parálisis económica que generó la ola de huelgas ‘fue uno de los factores más importantes que condujo a la rapidez con que Mubarak tomó la decisión de renunciar’. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) empujó a Mubarak en lo que fue tanto un golpe militar suave como una revolución. Pero esto satisfizo a la mayoría de los manifestantes, al menos durante la primera mitad de 2011” (Beinin, cit.).

La caída de Mubarak calmaría momentáneamente las aguas políticas y generaría incluso cierta simpatía hacia los militares, que se agotaría en pocos meses. En particular, el CSFA, la junta militar que asumió el poder supremo tras el retiro de Mubarak (todos viejos compinches del ex dictador) concentró rápidamente el odio popular. Ya en octubre y noviembre de 2011 todo estaba otra vez al rojo vivo.

Pero junto a estos avances, se produjo un serio retroceso, la división de la EFITU poco meses después de su fundación.  En otro texto del citado Joel Beinin, se describe así la situación:

“Desde el levantamiento contra el régimen de Mubarak, surgieron unos 1.000 nuevos sindicatos independientes de la ETUF, la central apadrinada por el Estado. Muchos de ellos están afiliados o a la EFITU o a la Egyptian Democratic Labor Congress, salida del CTUWS, y sindicatos ligados a éste se separaron de la EFITU en el verano de 2011. La división ha socavado al incipiente movimiento sindical independiente.

“Las explicaciones de las causas de la separación son diversas. Un factor, sin duda, fueron las fricciones personales entre dos líederes carismáticos, Kamal ’Abbas, coordinador general del CTUWS desde su fundación en 1990, y el presidente de la EFITU, Kamal Abu Eita. ’Abbas fue despedido de su empleo por liderar una huelga violentamente reprimida por la Seguridad del Estado en la Helwan Iron and Steel Company en 1989. En tanto era la ONG orientada al mundo laboral más importante en los siguientes 20 años, el CTUWS asumió naturalmente un rol de liderazgo en la EFITU cuando se creó. Abu Eita había liderado el avance a hacer realidad el movimiento sindical independiente, la fundación del Sindicato de Asesores del Impuesto Municipal Inmobiliario fuera de la órbita de la ETUF en 2008. Tenía su propia historia de activismo político como dirigente del Partido Karama, que se desprendió del partido nasserista legal de la era Mubarak.

“Más allá de las cuestiones de personalidad, Abu Eita y su gente creía que era importante aprovechar el momento revolucionario para establecer una federación de sindicatos independientes, incluso antes de que se llegara a una masa crítica de sindicatos independientes que lo constituyera. Sostenía que esta iniciativa pondría los intereses de los trabajadores en la agenda política post Mubarak. ’Abbas, coherente con la tradicional estrategia del CTUWS, ceía en una construcción de abajo hacia arriba. No hay necesariamente contradicción entre los dos enfoques” (Joel Beinin, “Workers, Trade Unions and Egypt’s Political Future”, MERIP, 18-1-2013)

Pero éstos no son los únicos problemas a nivel sindical. La junta militar y luego el gobierno islamista se dieron el objetivo de sostener a toda costa el aparato burocrático de la EFTU. Pero además de la represión a las huelgas, hacen un chantaje a los sectores de trabajadores que tienen sus servicios sociales y sistemas de retiro (jubilaciones) en manos del aparato de la EFTU. Salir de la central burocrática implica perderlos. Por ese motivo, “además de el movimiento sindical independiente, trabajadores de la industria estatal, como los de la Eastern Tobacco, Egyptian Aluminum y el gigante Misr Spinning and Weaving Company, que emplea el 20 por ciento de todos los obreros del sector público industrial, buscan ganar control de sus sindicatos afiliados a la ETUF. Sus pensiones, seguro de salud y subsidios de vacaciones en verano están ligadas a su pertenencia a la ETUF. Dejar la federación ligada al Estado mientras estos lazos sigan atándolos legalmente conllevaría una pérdido prohibitiva de un dinero que ellos entienden que les pertenece” (J. Beinin, cit.).

 

Oleadas de conflictos y de organización de sindicatos independientes

 

Pese a estos graves problemas político-sindicales, la clase trabajadora, por su parte, no dio tregua. Por el contrario, después de que la huelga general de febrero de 2011 inclinara la balanza, se desató una ola incontenible de conflictos mientras se organizaban de inmediato unos 200 sindicatos independientes alrededor de la nueva central EFITU.

Con lógicos altibajos, esta conflictividad se mantuvo y, como señalamos más arriba, la asunción de Morsi no la calmó. Por el contrario, los reclamos se multiplicaron.

“Con el paso del tiempo, estas luchas que no cesaban dieron nacimiento a una nueva generación de militantes obreros. Así, se pasó de 4 sindicatos independientes del poder antes de la caída de Mubarak a los 800 de hoy, que agrupan a más de 3 millones de asalariados” (Jacques Chastaing, “Égypte: les logiques sociales du chaos politique”, Contretemps, 5-12-12).

Desde el primer momento, un reclamo central del nuevo movimiento obrero independiente –principalmente agrupado en la EFITU– ha sido poner fin al monopolio de representación sindical de la EFTU y exigir su total disolución. Es particularmente escandaloso que frecuentemente una lucha es encabezada por un sindicato u otro organismo obrero independiente… pero es el correspondiente burócrata del sindicato de la EFTU –que no movió un dedo ni representa a nadie– el único legalmente habilitado para negociar y acordar en nombre de los trabajadores.

Asimismo, al bolsillo de los burócratas de la EFTU siguen yendo millones, producto de descuentos compulsivos a los trabajadores, incluso a los que se han desafiliado expresamente de sus antiguos sindicatos.

La EFTU es una de las instituciones del antiguo régimen que resultó más golpeada en todo este proceso. Quedó acéfala y en algunos momentos estuvo al borde la disolución… Pero los militares hicieron todas las maniobras posibles para mantenerla… y pasaron la posta al gobierno islamista, que, apenas asumió, comenzó a reorganizarla a su servicio.

 

Morsi contra los sindicatos independientes… y Alá contra las huelgas

 

Morsi, por supuesto tiene un vital interés en recomponer la central burocrática y mantener por la fuerza su monopolio legal de la “representación de los trabajadores”… pero ahora con islamistas al frente.

Por su parte, gran parte del clero islámico –tanto los afines a los “moderados” Hermanos Musulmanes, como los rabiosos salafistas– coincide en las más duras condenas a la huelgas, como un pecado que no tiene perdón de Alá.

La emancipación de la mujer no es el único blanco de los retrógrados islamistas. El movimiento obrero y las huelgas son otro motivo mayor de odio, tanto por los “moderados” Hermanos como por los “salafistas”, que a veces en Occidente son tomados por “progresivos” y “antiimperialistas” porque muy de vez en cuando queman alguna bandera de Estados Unidos.

Ya hablamos de la ola de huelgas y otras protestas populares que sacudieron Egipto desde los primeros cien días de Morsi. Esto finalmente desató la ira de los sheiks y ulemas, miembros del clero que está al frente de las mezquitas. El viernes 26 de octubre de 2012, aprovechando la importante festividad religiosa del Eid al-Fitr (fin del Ramadán), los sheiks en sus sermones compitieron en las más duras condenas a huelgas y huelguistas. El diario de El Cairo Al Ahram hacía la siguiente crónica:

“‘Egipto debería ponerse duro y dejar de mimar a su pueblo’, exigió uno de los principales sheiks salafistas en la mezquita de Eid Al-Adha. Eso fue sólo una parte de sus andanadas contra los izquierdistas, secularistas y huelguistas, puestas en marcha por muchos predicadores durante la fiesta islámica.

“En otra mezquita, en su intervención en las oraciones del viernes, el sheik Ahmed Mahalawy llamó a que todos los trabajadores en huelga en Egipto sean despedidos y sustituidos por las legiones de desempleados del país. ‘¡Oh Presidente. Usted debe ser más severo’, dijo Mahalawy, dirigiéndose a Mohamed Morsi, a quien respaldó en las elecciones presidenciales de junio. Las huelgas en Egipto y la ‘anarquía laboral’ son el resultado de la lamentable ‘flexibilidad’ del gobierno a la hora de resolver litigios, proclamó Malawi.

“Los trabajadores también fueron atacados en la mezquita de Ramla, de plaza Alejandría. El sheik de la Hermandad Musulmana, Sobhi Saleh, declaró ‘enemigos del pueblo’ a los que hacen huelgas. Saleh también acusó a ‘los laicos y secularistas’ de tratar de ‘destruir la identidad islámica del Estado’. ‘No lo vamos a permitir. Nosotros somos guardianes de la sharía [leyes islámicas] y sus protectores’, añadió Saleh, que es parte de los 100 miembros de la Asamblea Constituyente que redacta la próxima constitución de Egipto” (“Salafists sheikhs open fire on liberals, striking workers in Eid sermons”, Al Ahram (diario), 28-10-12).

¡Como vemos, este sheik “constitucionalista” tiene las cosas claras! Con la imposición de la sharía en la Constitución no se trata sólo de ganar el paraíso y quedar bien con Alá… también se buscan resultados más prácticos e inmediatos, como poner fuera de la ley a las huelgas. Terminar con la amenaza que representa este movimiento obrero que ha comenzado a independizarse.

Y, efectivamente, las cosas van en ese rumbo si llega a imponerse en la práctica la Constitución islamista que pasó a ser el centro de la batalla política a finales de 2012.

Morsi ha tomado dos medidas “legales” para volver a enjaular al movimiento obrero. La primera, es una “nueva ley sindical, que permita un solo sindicato por sector y le dé al gobierno plenos poderes para controlar la actividad de los sindicatos y hacerlos disolver por las cortes cuando ‘no cumplen la ley’” (“Egypt: Mubarak Mark II?”, ituc-csi.org, 4-12-12). Sería la EFTU “recargada”, que tendría al frente un elenco de viejos burócratas de la dictadura junto con flamantes esbirros de la Hermandad.

Pero, por si esta ley no bastase, “la nueva Constitución (…) pondría a los trabajadores egipcios y sus sindicatos bajo estrecho control del gobierno, como ocurría bajo la dictadura de Mubarak” (cit.).

Y Morsi está pasando del dicho al hecho: “Las huelgas pasaron a ser criminalizadas, Numerosos dirigentes sindicales son condenados a prisión. Y las penas que amenazan a los huelguistas pueden llegar a 50.000 euros, el equivalente a 100 años de trabajo, porque muchos no ganan más de 50 euros por mes” (J. Chastaing, cit.).

El gran problema es que todo esto se conjuga, como antes señalamos, con peligrosas desigualdades y limitaciones. En primer lugar, que este grandioso movimiento obrero está aún muy lejos de presentar al conjunto de las masas una alternativa política independiente, opuesta y claramente diferenciada de todas las corrientes burguesas, islamistas o laicas. Y no hablemos de alternativas socialistas revolucionarias, que son más débiles aun, y limitadas a sectores de la vanguardia.

 

La peligrosa y enorme desigualdad: desarrollo sindical y alternativa política independiente de todos los sectores burgueses, islamistas o laicos

 

Aunque con una óptica distorsionada por su punto de vista liberal-progre, esta contradicción la advierte el historiador que antes citamos… y se ve obligado a concluir que es un grave problema: en enero y febrero de 2011, en Plaza Tahrir, “los trabajadores fueron rápidos para movilizarse [pero] incapaces de tomar la dirección…”. Luego señala que “a pesar del importante papel que jugaron los trabajadores en la deslegitimación de Mubarak y de la continua movilización obrera, el movimiento sindical independiente no ha sido capaz de hacer avances significativos en el terreno político. Ha tenido una presencia muy limitada en las instituciones emergentes del estado post Mubarak, como la Asamblea Constituyente y el primer parlamento, que hubiera podido usar como palancas para repeler ataques de sus enemigos políticos” (J. Beinin, cit.).

Por supuesto, la cuestión es mucho más seria que carecer de semejante “representación”. En primer lugar, la “presencia limitada” en las “instituciones emergentes de la era post Mubarak” fue en verdad nula, porque el autor contabiliza a organizaciones y personajes del “progresismo” que acabaron enrolados en corrientes laicas absolutamente burguesas. Asimismo, estar “representados” en semejantes “instituciones” era políticamente dudoso desde todo punto de vista.

Lo fundamental es que desde este nuevo movimiento obrero –que ha sido capaz de constituir una central independiente que hoy dice tener unos 1000 nuevos sindicatos y 3 millones de trabajadores activos afiliados (cifras exageradas, pero que no desmiente las importantes dimensiones del fenómeno)– ni por arriba ni por abajo se generó una alternativa política global frente a los partidos de la burguesía, islámicos o secularistas. ¡Ése es el gran problema!

Por supuesto, eso no significa que la EFITU, la CTUWS y organismos de activistas independientes que aun quedan en sindicatos afiliados a la EFTU, no tomen posición en muchos puntos políticos. Se alinearon, por ejemplo, contra la pretensión de Morsi de asumir poderes absolutos e imponer una Constitución autoritaria-islamista (“Independent union federation rejects president’s power grab”, MENA Solidarity Network with Workers in the Middle East, 27-11-12). Asimismo, bastiones históricos del movimiento obrero independiente, como los obreros de Al Mahalla, salieron por miles a las calles en repudio (“Thousands of Mahalla workers march against Morsi”, MENA Solidarity Network with Workers in the Middle East, 29-11-12).

Pero la cuestión es cómo ir más allá de esas respuestas acotadas y puntuales. Es que hay una necesidad de vida o muerte, para este nuevo movimiento obrero de contar con un instrumento político propio, un arma para disputar políticamente a las masas obreras y populares contra todos los campos políticos patronales, hoy principalmente los islamistas que están en el gobierno, pero también los laicos.

Aunque esas desesperantes desigualdades entre la acción sindical y política no se han superado, el “desarrollo político” de las masas trabajadoras no retrocede. Está avanzando, aunque principalmente por la negativa, en la experiencia que está haciendo con los islamistas, que es una etapa ineludible.

Este proceso de decepción (relativamente rápido pero que aún está en sus primeros tramos) se manifestó en Egipto en la batalla sobre la nueva Constitución y el régimen autoritario que pretenden imponer los islamistas.

 

 

8. El faraón neoliberal islámico intenta poner orden a palos: la nueva Constitución

Los Hermanos Musulmanes (y sus primos salafistas), aunque llegaron últimos a plaza Tahrir, se presentan cómo los únicos y verdaderos representantes y defensores de la “Revolución Egipcia”. El engendro de Constitución autoritaria se sostiene con la misma justificación. Para Morsi y su séquito, el avance de su “Revolución” no es satisfacer las demandas obreras y populares, sino ante todo “poner orden”… a palos si es preciso.

Dicho de otra forma: después del descalabro del régimen dictatorial, el objetivo es imponer un nuevo régimen “fuerte”, que acabe con el “desorden”. Es decir, que silencie las demandas, huelgas y protestas de la clase trabajadora, los jóvenes, los movimientos femeninos y las masas populares.

Para eso, por un lado, Morsi intentó, primero, asumir “transitoriamente” poderes absolutos –o, como se dice en Egipto, “faraónicos”–, en una operación que resultaría inicialmente un tiro por la culata.

Así, el jueves 22 de noviembre de 2012, aprovechando la momentánea popularidad que le había dado su gestión en Gaza[26], Morsi hizo una “Declaración Constitucional”: un conjunto de decretos por los que, por un período, se otorgaba a sí mismo poderes absolutos –la suma del poder público–, por encima incluso del poder judicial.

Casi al mismo tiempo, se embarcó en otro operativo más de fondo y peligroso contra los trabajadores, la juventud, las mujeres y las masas populares, que es imponer una Constitución islamista autoritaria, mediante un referéndum inmediato para aprobarla, que finalmente se realizó los sábados 15 y 22 de diciembre.

La reacción popular de repudio a esta tentativa de “autogolpe” mediante la “Declaración Constitucional” fue enorme. Otra vez movilizaciones comparables a las de enero y febrero de 2011 colmaron Plaza Tahrir y salieron a las calles en otras ciudades. En varias de ellas, como Alejandría, los locales de la Hermandad y su partido fueron destruidos por los manifestantes. También volvió a salir a la escena política el movimiento obrero. La EFITU y los sindicatos independientes se pronunciaron contra el “decretazo” (y luego contra el proyecto de Constitución) y llamaron a la lucha.

Asimismo, la burguesía, sus políticos y el aparato del estado se dividieron. Encabezados por el Premio Nobel Mohamed El Baradei y el ex candidato presidencial nasserista Hamdin Sabahi, los principales partidos burgueses laicos conformaron el Frente de Salvación Nacional. También un sector importante de los jueces –agrupado en el “Club de Jueces” que ya había tenido choques con Mubarak– declaró el boicot.

Seriamente amenazado, Morsi dio un paso atrás… pero para dar dos adelante. El 8 de diciembre anunció que retiraba la “Declaración Constitucional”, donde se investía a sí mismo de poderes absolutos y dictatoriales. Pero mantuvo el fraudulento referéndum constitucional, que es una medida de fondo para legalizar un nuevo régimen autoritario islamista, sobre la ruinas de la vieja dictadura.

El proyecto de Constitución salió de una “Asamblea Constituyente” de cien miembros que no fueron electos por voto popular directo, sino nombrados “a dedo”, desde arriba. Es un caso escandaloso de ilegitimidad democrática. Después de tan peculiar “elección”, siguieron meses de negociaciones a puertas cerradas y a espaldas del pueblo entre la mayoría islamista y la minoría de sectores burgueses laico-liberales. Estos finalmente se fueron dando un portazo, cuando se hizo evidente que la Hermandad no les iba a hacer mayores concesiones sino que decidía pactar con los salafistas, entre otros motivos para que no le disputaran la clientela religiosa más fanatizada.

En esa situación, lo que restó de esta peculiar “Asamblea Constituyente” lanzó una “Constitución” de unos 250 artículos. Y en dos semanas el pueblo egipcio debía leerla, entender su maraña de chicanas jurídico-políticas… y pronunciarse por sí o por no. ¡Es imposible una burla más antidemocrática!

¿Qué régimen se perfila en ese texto constitucional? Durante un tiempo se supuso que la Hermandad Musulmana sostendría un esquema similar a los islamistas que hoy gobiernan Turquía, del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) liderado por Recep Erdoğan. En Turquía se mantiene el estado democrático-burgués laico y secular. El AKP es como una versión “islamista” de los partidos demócrata-cristianos europeos de posguerra, que eran partidos de derecha, antiobreros y antisocialistas, pero que cuando subían al gobierno no pretendían restaurar la Santa Inquisición.

Turquía, que es una de las principales potencias regionales, al desatarse las rebeliones árabes comenzó a “operar” fuertemente en la región, presentándose como “guía” político y “modelo” para delinear los nuevos regímenes post-dictaduras. Erdogan “prepara a Turquía para actuar como Gran Hermano de los gobiernos árabes islámicos” (Gamil Matar, “Don’t mention the Turkish model”, Al Ahram weekly, 4-10-12). Pero, aunque corteja a Erdogan, la Hermandad ni en Egipto ni en Túnez ha seguido exactamente el “modelo turco”.

Al mismo tiempo, la Constitución que en Egipto trata de imponer la Hermandad con fraude en las urnas y palos en las cabezas, tampoco delinea abiertamente un régimen de dictadura teocrática como el de Irán. Sin embargo, no por eso deja de ser retrógrada y antidemocrática, y hay que combatirla sin tregua.

Antes explicamos cómo la nueva “Constitución” intenta someter nuevamente al movimiento obrero al control del estado y de la vieja central burocrática, la EFTU, ahora en proceso de “islamización”.

Globalmente, esta Constitución impone un estado confesional y no laico-secular. En ese sentido, es peor aún que la Constitución de la dictadura. “Por empezar, el artículo 2 establece, exactamente en los mismos términos que la constitución anterior de 1971, que ‘los principios de la sharía son la fuente principal de la legislación’…” (Hicham Mourad, “La charia dans la nouvelle Constitution de l’Egypte”, Al Ahram hebdo, 19-12-12).

Pero a esta vaga fórmula de la anterior Constitución se le agrega ahora un “artículo explicativo” (el 219) por el cual las leyes quedan sometidas a “reglas fundamentales y de jurisprudencia y sus fuentes aceptadas por las doctrinas sunitas” (cit.). ¡Y quienes van a decidir sobre eso van a ser ellos mismos, con la universidad islámica de Al-Azhar como instancia suprema!

El texto de la nueva Constitución está lleno de ambigüedades que abren la puerta a las más diversas interpretaciones, según llueva o salga el sol. Lo que está escrito con la mano en un artículo es borrado con el codo en otro. El art. 81, para dar un ejemplo, dice que “ninguna ley puede limitar la esencia de los derechos y libertades establecidas en la Constitución” (“Human Rights Watch full report on Egypt’s new constitution”, Al Ahram (diario), 23-12-12). Pero después limita severamente todo esto:

“‘Estos derechos y libertades se ejercerán en la medida en que no contradigan los principios establecidos en el capítulo sobre Estado y Sociedad de esta constitución’. Las previsiones de ese capítulo incluyen el artículo 10, que establece que ‘el estado y la sociedad se comprometen a preservar la verdadera naturaleza de la familia egipcia’, y el artículo 11, que establece que ‘el Estado protegerá la moral, la ética y el orden público’” (cit.).

En cuanto varíen las relaciones de fuerza que hoy imponen las masas movilizadas, esto da pie legal a cualquier monstruosidad, desde esclavizar aún más a la mujer y hacer obligatorio el uso del velo (o, peor, el niqab) u obligarla a no salir sola de su casa, para “preservar la verdadera naturaleza de la familia egipcia”, y organizar una “policía de la moral”[27] como en otros estados islámicos para “proteger la moral y la ética”, hasta volver a masacrar las manifestaciones y las huelgas porque el estado tiene el mandato constitucional de “proteger el “orden público”.

Asimismo, la “tolerancia” se extiende sólo a las religiones del tronco judeocristiano del cual proviene el Islam. Un marxista o un hinduista podrían ser procesados. ¡Y esto no es “hipotético”: ya está en curso un juicio por el terrible delito de “ateísmo” del que es víctima un joven de origen copto! (Sarah Carr, “Trial of ‘atheist’ Alber Saber resumes”, Al-Masry Al-Youm, 17-10-12).

Con sus ambigüedades, este engendro de Constitución refleja la situación política global aún indefinida de Egipto. Pero lo expresa en un sentido absolutamente reaccionario, que se sintetiza en que la interpretación de este embrollo jurídico queda en última instancia en manos de la universidad islámica de Al-Azhar como árbitro supremo. ¡La burocracia religiosa sunita de Egipto será juez y parte en la interpretación de la Constitución nacional!

 

El referéndum constitucional y un balance de la lucha contra él

 

El referéndum constitucional se realizó desdoblado en dos fechas, el 15 y el 23 de diciembre y hubo infinidad de denuncias sobre los más escandalosos operativos de fraude. Pero los mismos resultados oficiales –objetados por fraudulentos en una votación donde no hubo fiscalización imparcial nacional o internacional, ni tampoco control serio de la oposición– confiesan una abrumadora abstención (¡sólo fue a votar un tercio del padrón!) y un importante voto por el No en las ciudades y gobernaciones que fueron escenario del alzamiento contra dictadura. Además, en El Cairo, centro político, cultural y social de Egipto, el gobierno debió reconocer que fue mayoritario el voto por el no.[28]

Esta “Constitución” podría decirse que nace minusválida en cuanto a legitimidad. El referéndum no tuvo de ninguna manera –ni siquiera en las dudosas cifras oficiales– los resultados categóricos e indiscutibles que necesitaría un texto constitucional. Una nueva Constitución no es una ley cualquiera… Requiere un amplio consenso para tener suficiente legitimidad, sobre todo si pretende ser el resultado de un proceso como el desencadenado en Egipto.

Pero todo esto no implica que Morsi y los islamistas no hayan logrado un triunfo de cierta importancia que, en primer lugar, pone en peligro las libertades conquistadas en estos dos años. El gobierno retrocedió en cuanto al decreto de poderes absolutos, pero logró llevar adelante el fraudulento referéndum. Esta victoria de Morsi –insistimos– no aparece como categórica ni aplastante, y podría deshacerse, sobre todo si las masas trabajadoras y populares no bajan los brazos, y especialmente si no confían en la dirección de los políticos burgueses laicos, como los del Frente de Salvación Nacional.

Las movilizaciones de masas en las calles fueron las mayores desde las de enero/febrero de 2010, pero con algunas diferencias de importancia decisiva. La primera diferencia fundamental, es que las protestas no culminaron con una huelga general como la que tumbó a Mubarak.

Es que, por un lado, la conducción del Frente de Salvación Nacional se preocupó de que la movilización se limitase a grandes manifestaciones y desfiles en las calles. Y, por el otro, el gobierno islamista aún no está en la misma situación de orfandad que el derrocado dictador.

El gobierno de Morsi y la Hermandad Musulmana (con su colosal aparato clientelista), aunque han sufrido un desprestigio notablemente rápido, aun conservan influencia en sectores de masas (en alianza, además, con los salafistas). Eso permitió al binomio Hermandad/salafistas impulsar contramanifestaciones en apoyo al proyecto de Constitución. Aunque las movilizaciones “oficialistas” fueron menores y estuvieron “a la defensiva”­, era algo que Mubarak no podía hacer. El dictador fue quedando aislado, disponiendo de sólo una parte del aparato represivo, ya que la corporación militar había dado un paso al costado. Este no es aún el caso de Morsi ni de la Hermandad en el gobierno.

Además, aunque con el gobierno más debilitado, las cifras (no muy confiables) del referéndum volvieron a dibujar el cuadro de los “dos Egiptos”, que se mostró en las votaciones anteriores: por un lado, las regiones y zonas más modernas, encabezadas por El Cairo, que han sido escenario del levantamiento contra la dictadura y, luego, de las más diversas luchas obreras y populares; por el otro, las regiones más atrasadas, encabezadas por el Alto Egipto, que estuvieron a la retaguardia, y que el aparato clientelista lleva a votar.[29]

Asimismo, detrás de Morsi no están sólo los “islamistas fanáticos” y/o la clientela en la miseria de las organizaciones de “caridad” islámicas. Otras fuerzas coinciden hoy con la Hermandad en tratar de imponer un nuevo “régimen fuerte”, aunque tengan matices e incluso diferencias políticas y religiosas con Morsi y su gobierno… y distintos intereses.

Dentro del país, tenemos en primer lugar a la todavía poderosa corporación militar, que pactó con Morsi al asumir la presidencia y a quien la flamante “Constitución” le garantiza la continuidad de sus privilegios y dominios económicos y también poderes políticos insólitos en regímenes democrático-burgueses “normales”.

No menos importante es el apoyo internacional a Morsi tanto de Estados Unidos y sus socios menores europeos, como de las llamadas “potencias regionales”: Turquía, los estados del Golfo e Irán. Los supuestos “antiimperialistas” de Teherán enviaron de inmediato una felicitación a Morsi por su triunfo (“Iran congratulates Egypt on approving Islamist-backed constitution”, Al-Masry Al-Youm, 23-12-12). Todos, aun por distintos motivos, comparten el interés de poner orden en Egipto.

Además, la principal dirección de la oposición a la nueva Constitución, el Frente de Salvación Nacional –una coalición de políticos burgueses secularistas– no fue garantía alguna de lucha consecuente. En la conducción del Frente no sólo estuvieron el liberal El Baradei y Hamdin Sabahi. También participó en primera fila Amr Moussa, ex secretario general de la Liga Árabe y ex ministro de Mubarak, que hoy es la principal figura política de los llamados “felul” (remanentes civiles del antiguo régimen). Esto provocó confusión y hasta en términos electoralistas probablemente fue contraproducente: la Hermandad lo aprovechó para presentarse como “defensora de la Revolución”.

Durante las protestas, como ya dijimos, el Frente se limitó a las manifestaciones en las calles y evitó que derivaran en una huelga general como la que tumbó finalmente a Mubarak. Y aunque era previsible la fenomenal abstención, llamó finalmente a ir a votar… lo que le dio una cuota de legitimidad a los resultados (Dina Samak, “Egyptian opposition’s dilemma: To vote or not to vote”, Al Ahram (diario), 11-12-12, y “Egypt’s National Salvation Front to vote against constitution”, Al Ahram (diario), 12-12-12).

Asimismo, como antes señalamos, varias de esas fuerzas y personajes opositores fueron parte durante meses de esa farsa de Asamblea Constituyente elegida por nadie. Sólo a último momento se retiraron, cuando no llegaron a acuerdos con los islamistas en discusiones a puertas cerradas… Durante los largos meses en que funcionó esa “Constituyente”, la mayoría de ellos jamás alertó del peligro ni menos llamó a luchar en las calles por una verdadera Constituyente revolucionaria y democrática.

Para entender este panorama, son necesarias algunas explicaciones previas sobre el viejo régimen (y los sectores burgueses a los que expresaba… y a los que excluía), el papel central de la corporación militar (hoy un escalón más abajo, pero no sin poder), los sectores de la burguesía egipcia (muchas veces enfrentados)… y los mencionados actores internacionales, en primer lugar EE.UU., que desde hace mucho meten mano en Egipto.

 

 

9. Entre un viejo régimen parcialmente desquiciado y un nuevo régimen que no termina de definirse

 

Comenzando por el viejo régimen, digamos que las elecciones presidenciales de mayo/junio de 2012 no sólo llevaron por primera vez al gobierno a la Hermandad Musulmana, el principal movimiento islamista. Mohamed Morsi es también el primer civil que ocupa el cargo. Desde la liquidación en 1952/53 de la monarquía del rey Faruk, todos los gobernantes fueron militares. Este hecho de capital importancia nos lleva al problema más general del régimen político, que está hoy en el centro de la pelea de la Constituyente.

Decir que el antiguo régimen bajo el general Mubarak era una dictadura –y específicamente una dictadura militar– puede ser correcto pero es demasiado abstracto. Para aclarar esto, es útil una comparación con Siria.

La dictadura hereditaria de la familia Al Assad en Siria –que sube el poder mediante un golpe militar en 1970– es similar, en un sentido, al régimen egipcio. Ambos son el ocaso reaccionario y degenerativo de dos grandes movimientos nacionalistas burgueses laicos del siglo pasado, el nasserismo en Egipto y del Ba’ath en Siria, que constituyeron estados cuya columna vertebral o institución central eran las Fuerzas Armadas.

A partir de ese eje bonapartista, se ubicaba el resto de las instituciones estatales o estatizadas, poder ejecutivo, judicial, legislativo, partidos, sindicatos burocráticos, etc. Asimismo, aunque fuesen total o parcialmente laicos, esos estados mantenían sus relaciones de amor-odio y de financiamiento-represión con la tupida trama de instituciones religiosas… y sus hordas de funcionarios celestiales que viven de rezarle a Alá (ulemas, sheiks, imanes, muftíes, etc.) o a la Santísima Trinidad (obispos y clero de las múltiples confesiones cristianas, minoritarias pero no desdeñables políticamente).

Pero mientras la dictadura de Mubarak se apoyaba en la “corporación militar”, la dictadura siria se sostiene sobre unas fuerzas armadas que son una “corporación familiar”; es decir, manejada desde 1970 por el clan familiar-sectario de los Assad y sus allegados.[30]

Por el contrario, en Egipto, desde el primer momento, las Fuerzas Armadas pudieron “tomar distancias” de Mubarak y su gobierno “civil”. Se colocaron como árbitros, por encima de la pelea entre la dictadura y las masas, y finalmente dejaron caer al dictador cuando juzgaron que era insostenible. Con esa maniobra, los militares fueron inicialmente ovacionados. Ganaron así unos meses preciosos hasta que la opinión pública hizo la experiencia y se volvió violentamente contra ellos, ya en octubre y noviembre de 2011.

En cambio en Siria ha sido imposible repetir este “juego de cintura” entre gobierno, régimen y estado (que también, bajo otras formas más “republicanas”, funcionó en Túnez). Es difícil diferenciar entre el gobierno “civil” de Bashar Al Assad y unas fuerzas armadas donde sus parientes, amigos y clientela familiar y de secta ocupan los principales puestos de mando, comenzando por su hermano mayor, Maher Al-Assad, comandante de la Guardia Republicana y de la Cuarta División, que forman el núcleo de las fuerzas militares y de represión.

En conclusión, en Siria, si hoy cae la familia Assad y su clan, probablemente caen también el conjunto del régimen y sus instituciones, y tendería a ser reemplazado por instituciones políticas y militares nuevas. En Egipto todo ha sido más complejo y complicado. Nuevas y viejas instituciones se amontonaron en el marco de disputas sobre quién manda. Como esto, además, se da en el marco de oleadas de protestas y movilizaciones, se multiplican los cuestionamientos a todo lo que se decide.

En primer lugar, de conjunto, la caída de Mubarak en febrero de 2011 significó la conquista de amplias libertades, pero como algo impuesto de hecho por las masas. No implicó, por ejemplo, la disolución o pérdida de poder inmediato de las instituciones represivas, ni el cese de la represión. Uno de los ejemplos de eso fueron las masacres de la calle Mohamed Mahmoud en El Cairo, lindante con plaza Tahrir, el 18 de noviembre de 2011 y días siguientes, con casi 50 muertos y unos 3.500 heridos. ¡Un matanza “de rutina”, a nueves meses de la “caída” de la dictadura! Esta represión, directamente ordenada por el CSFA, la junta militar, marcó el divorcio final de sectores populares con los militares.

Dicho de otra forma: desde la caída de Mubarak se dio un accidentado curso institucional que configuró un régimen confuso, por no decir caótico… y la Constitución votada es el principal intento de volver a poner orden.

Primero hubo complejas elecciones legislativas entre noviembre de 2011 y enero de 2012, de las que salió una Asamblea del Pueblo (cámara baja) y una cámara alta –el Shura Council–. En ambas predominaron los islamistas de la Hermandad y los salafistas, en proporciones que posiblemente hoy no lograrían.

Esa Asamblea del Pueblo fue disuelta, respuesta y vuelta a disolver en el marco de un largo tira y afloja entre la Hermandad Musulmana, el CSFA y sectores del poder judicial.

A su vez, la sobreviviente cámara alta, el Shura Council, nombró a dedo a la “Asamblea Constituyente” de cien miembros, que redactó la cuestionada Constitución sometida a referéndum.

Otro actor institucional en discordia ha sido el poder judicial, que además es heterogéneo. Todo un sector ya venía en disonancia con Mubarak (y ahora con los islamistas), otros sintonizaban estrechamente con los militares y un tercero se ha acomodado a la nueva situación con la Hermandad. Esto implica que cuestiones importantes –como la Declaración Constitucional en la que Morsi se otorgaba poderes “faraónicos” o el reciente referéndum constitucional– son tema no sólo de peleas en las calles sino también en las cortes. Peleas que a veces se combinan en una sola, con piquetes que impiden a los jueces sesionar en los tribunales…

Además, por encima de todo eso, la junta militar –el CSFA– pretendía continuar siendo el árbitro y órgano de poder supremo, sobre el resto de las instituciones, inclusive de la presidencia elegida en mayo-junio de 2012.

 

Pacto islamista-militar y fin de los generales del CSFA

 

La asunción de la presidencia por Mohamed Morsi el 30 de junio de 2012, marcó un inicio importante de cambio. Mientras, por abajo, se han ido sucediendo oleadas de conflictos y luego se desataron las protestas masivas contra la nueva Constitución, por arriba se produjo un reacomodamiento substancial: la corporación militar, a través de una nueva cúpula, pactó con Morsi y los billonarios que dirigen la Hermandad Musulmana.

La consecuencia inmediata de ese pacto fue la caída, el 12 de agosto, de los viejos generales que encabezaban la junta militar y otros 70 altos oficiales que fueron pasados a retiro. Morsi logró “dejar en el banco de suplentes a una institución [el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA)] que dominaba a Egipto desde que los ‘oficiales libres’ tomaron el poder el 23 de julio de 1952, y que regenteaba la vida política desde la renuncia del presidente Hosni Mubarak el 14 de febrero de 2011” (Gresh, cit.).

Efectivamente este fue un cambio histórico en más de un sentido. Un cambio que ejecutaba Morsi en su propio provecho, pero que era un producto indirecto por arriba de la rebelión popular por abajo.

Sin embargo, al mismo tiempo, subrayemos que el CSFA sólo pasó “al banco de suplentes”… un cambio de situación podría permitir a los militares volver al campo de juego. Así, cuando el pico de la crisis política por las movilizaciones masivas contra la Constitución, las Fuerzas Armadas reaparecieron fugazmente en la escena política con el llamado de su jefe, el general Abdel-Fattah Al-Sisi, a un “encuentro de unidad nacional” eventualmente presidido por ellas (Amirah Ibrahim, “What lies beneath: The Armed Forces emerge as a key player”, Al Ahram weekly, 12-12-12).

Es que en Egipto, la corporación militar no sólo ha sido, como dijimos, la columna vertebral y también la cabeza del estado desde hace 60 años. También es parte orgánica de la burguesía, como herencia del capitalismo de estado que imperó durante el nasserismo y que llegó a abarcar amplísimos sectores de la economía. El curso neoliberal de Sadat y Mubarak, aunque puso en marcha privatizaciones, no transformó a la oficialidad en humildes “empleados públicos” de uniforme, ni mucho menos.

Directa o indirectamente esta corporación seguiría manejando un parte importante del PBI (algunos estudios estiman que hasta el 40%, aunque esta cifra parece muy exagerada. La mayoría la ubica entre el 20 y el 30%, que de todos modos es considerable). Además, la oficialidad continúa administrando gran parte de las gobernaciones y otros sectores del Estado (ver Yezid Sayigh, “Above the State: The Officers’ Republic in Egypt”, Carnegie Papers, agosto 2012, Cairo y “Egypt: Who holds the power?”, BBC News, 23-11-12).

El texto constitucional refleja los términos de este pacto militar-islamista en varios puntos: 1) los militares tienen vara alta en la confección del presupuesto del estado y control total y absoluto de su propio presupuesto; 2) Los tribunales militares pueden juzgar a civiles en determinadas circunstancias; 3) Las Fuerzas Armadas, por su cuenta, pueden decidir acciones de guerra, etc. ¡Aunque ya no gobiernan, siguen siendo, relativamente, un estado dentro del estado!

La Hermandad (con el nuevo presidente Morsi) y la corporación militar (por intermedio de una nueva generación de la oficialidad) formalizó un pacto de “modus vivendi” que, si bien implicó inicialmente barrer a los ancianos secuaces de Mubarak, tiene un objetivo reaccionario: poner orden y acabar con el proceso desatado hace dos años. El entusiasmo inicial de Alain Gresh y de los “progres” de Le Monde diplomatique por Morsi y sus “moderados” islamistas han sido desmentidos por los hechos… y por la infame Constitución que pretenden imponer.

Sin embargo, este pacto islamista-militar tiene un punto fundamental problemático pero que por ahora nadie menciona en voz alta. Los islamistas de la Hermandad son neoliberales rabiosos. Si fuesen consecuentes con su programa histórico, deberían poner en cuestión ese pesado remanente de “estatismo” que es la corporación militar… y sus grandes negocios. Este tema es también una exigencia pendiente del Fondo Monetario Internacional. Claro que si los Hermanos se lanzaran a eso, sería una declaración de guerra y la ruptura del pacto con la oficialidad… salvo que hubiese compensaciones por otro lado.

 

El “islamic business” llega al poder con la Hermandad

 

El pacto islamista-militar es un acuerdo entre dos sectores fundamentales del capitalismo egipcio. Estos sectores tienen una larga historia de sangrientas confrontaciones pero también de acuerdos y convivencia. Pero ahora hay una diferencia fundamental: los que mandan no son ya los militares, como lo hacían desde 1952… ahora están “en el banco de suplentes”.

Sería largo hacer aquí la historia del nacimiento y desarrollo en Egipto de una gran burguesía islamista, en muchos casos a partir de los sectores de la pequeña y mediana burguesía que adherían a la Hermandad Musulmana en generaciones anteriores, y que fueron duramente perseguidos por el nasserismo.

Recordemos solamente que, en la década del 70, se dieron cambios económicos y políticos en la región que impulsaron este fenómeno. Hay dos que fueron fundamentales.

El primero, fue el boom de los precios del petróleo iniciado en 1973, que habría de enriquecer fabulosamente a Arabia saudita y las “petromonarquías” del Golfo. Nace también así lo que se denominó el “petroislam”: miles de millones de dólares comienzan a “invertirse”, sobre todo desde Arabia saudita, en la predicación religiosa… pero también en rentables negocios “islámicos”. Lo que se llamaría después el “islamic business”, como bancos “islámicos” (que supuestamente no cobran intereses[31]) y otros emprendimientos por el estilo. Un texto clásico sobre el tema es el capítulo “‘Islamic business’ et hégémonie saoudienne”, en Gilles Kepel, Jihad – Expansion et déclin de l’islamisme: 225ss. (Paris, Gallimard, 2000).

Este operativo financiero, pero simultáneamente político, tuvo su máximo impacto en Egipto. A esto contribuyó también una numerosa emigración previa (económica y de refugiados políticos) desde Egipto, con muchos profesionales calificados que hicieron grandes y medianas fortunas en Arabia saudita y otras “petromonarquías”. Bendecidos así por Alá, y por eso más creyentes que nunca, reorientaban buena parte de sus inversiones y ahorros a su país de origen. La “banca islámica” sería uno de los principales “dolarductos” de sus colocaciones en Egipto, pero no el único (Kepel: 115ss).

El segundo cambió fundamental, que se combinó con el anterior, fue la bancarrota política (y económica) de los nacionalismos laicos en el mundo árabe, con el abandono de la retórica “socialista”, el giro a la colaboración con el imperialismo y hacia el neoliberalismo en la economía. Y también fue en Egipto, después de la muerte de Nasser en 1970, donde este fenómeno sería más temprano y radical.

Por añadidura, la invasión y ocupación de Afganistán por la Unión Soviética en 1979 tuvo consecuencias funestas para poder presentar una alternativa desde la izquierda a la bancarrota del nacionalismo laico. El espacio de la izquierda en esos países era todavía monopolio de los partidos comunistas pro Moscú. En cambio, el islamismo, rabiosamente anticomunista desde su nacimiento, estaba en situación de capitalizar esto desde la derecha.

En Egipto, el parto de una gran burguesía islamista (que hoy gobierna con el multimillonario Morsi) no fue, de todos modos, un parto sin dolor sino sangriento, pautado por oscilaciones pendulares de colaboración-conflicto en sus relaciones con la corporación militar en la era post-nasserista.

El boom petrolero de los 70, seguido del primer big bang de la “banca islámica” en Egipto y luego el idilio del general Sadat, el sucesor de Nasser, con la Hermandad Musulmana antes perseguida a muerte, no fueron el inicio de un camino recto, sino lleno de curvas, retrocesos y derrapes a precipicios.

En 1977 la represión a protestas populares contra un “plan de ajuste” de Sadat también golpeó a los Hermanos. Además la Hermandad se mostró incapaz de controlar a grupos radicalizados, salafistas, que emergían de sus propias filas y que finalmente en 1981 lograron asesinar a Sadat, desencadenando una nueva ola de represión generalizada.

Después de Sadat, seguirían estas oscilaciones de asociación-represión, pero dentro de la tendencia a tolerar y pactar cada vez más con los Hermanos, pero al mismo tiempo cerrarles el paso al poder, monopolizado por la corporación militar y su “gobierno civil”: la dictadura de Mubarak y su Partido Nacional Democrático (PND).

La raíz de estas oscilaciones a lo largo de décadas ha sido la rivalidad de intereses entre ambos sectores del capitalismo egipcio, con el agravante que para uno de ellos –la corporación militar– es cuestión de vida o muerte el manejo del aparato y negocios del estado. Esa rivalidad de la alta oficialidad con la ascendente burguesía islamista ha sido entonces más difícil de conciliar. En este conflicto, la “envoltura” ideológica político-religiosa no es por supuesto desdeñable, pero no hay que confundirse sobre lo que está adentro.

El hecho es que la gran burguesía islamista, que a su vez maneja directamente a la Hermandad, llegó a ser un sector muy poderoso de la economía egipcia, al mismo tiempo que el islamismo de conjunto renacía y tenía un formidable ascenso en toda la región desde mediados de los 70:

“Dirigentes clave de la organización [Hermandad Musulmana], como Khairat Al-Shater y Hassan Malek, son empresarios millonarios. Otros dirigentes empresarios líderes asociados con la Hermandad Musulmana son Safwan Thabet del Juhayna Group, la compañía más grande de productos lácteos y jugos de Egipto; Mohamed Moamen del Mo’men Group, que opera la cadena más grande comida rápida, y Abdel Rahman Seoudi, que encabeza una gran cadena de supermercados y una compañía de exportación de productos agrícolas.

“Estas personas controlan completamente el proceso de toma de decisiones de la organización (a través del llamado ‘Comité de Orientación’) y su programa económico.[32] Han dejado claro en muchas entrevistas que apoyan la continuidad de las privatizaciones, una mayor exposición a los mercados financieros globales, más desregulación del mercado laboral y recurrir a los préstamos de instituciones financieras internacionales como el FMI y el BM. Por esta razón, a semejanza de sus primos del AKP de Turquía, el movimiento islamista egipcio puede entenderse como la expresión política de un (creciente) sector de la burguesía del país. El capitalismo privado egipcio todavía puede tener choques con el sector capitalista de Estado. Pero el apoyo a Morsi por parte del FMI y de un grupo de inversores privados creará presión a favor de reformas de libre mercado” (Adam Hanieh, “On Egypt: The Muslim Brotherhood, the military and the continuing revolution”, Links, 12-8-12).

Como señalaba ya hace más de una década el citado Kepel: “El poder [militar] comenzó a temer que la potencia financiera adquirida por esas sociedades [la banca y otras entidades y empresas “islámicas”] se hiciesen una instancia incontrolable y se transformasen en el medio para sus opositores islamistas de constituir su ‘tesoro de guerra’ contra el régimen ‘impío’ de Mubarak. Mezquitas, hospitales, dispensarios, publicación de ‘libros islámicos’ y múltiples actividades caritativas financiadas por las sociedades de inversión islámicas no fueron percibidas como un bienvenido paliativo a las insuficiencias sociales del gobierno, sino como el embrión de un estado dentro del estado, con el cual la burguesía religiosa, los intelectuales islamistas y sectores de la juventud urbana pobre socavarían las bases del régimen” (Kepel: 233).

Es exacta la descripción de este enorme aparato económico-financiero, por un lado, y caritativo-asistencialista, por el otro– construido por los islamistas, que era (y es) simultáneamente un aparato político. Pero la velada hipótesis de Kepel no se dio finalmente. Pese a las medidas que la “toleraban” pero a la vez la mantenían fuera del poder, la Hermandad no movió un dedo contra Mubarak antes de plaza Tahrir. Fueron otras fuerzas políticas y sociales, y otra juventud urbana –ya no islamista sino secularizada– la que inició y desarrolló la lucha, secundadas por el nuevo movimiento obrero independiente.

Pero la descripción del fenomenal aparato económico-financiero, asistencialista y político-religioso sigue siendo válida. Puede estar políticamente debilitado en la medida del desprestigio de la Hermandad en las masas obreras y populares que tenían mayores expectativas y se movilizaron. Pero los Hermanos siguen teniendo palancas políticas formidables, sobre todo cuando el punto de apoyo son los sectores más atrasados y de retaguardia, y cuando se trata no de movilizarse sino de votar.

En resumen: la combinación de varios factores probablemente sigue dando hoy a la Hermandad un poder electoral importante, a pesar del malhumor social creciente. Y hay tres factores principales que concurren a eso: 1) La numerosa clientela en la miseria que depende del asistencialismo de las organizaciones de “caridad” islámicas (sectores que en su mayoría “normalmente” no se movilizan pero pueden ser llevados a votar); 2) el aparato de cuadros construido durante largos años y reclutado principalmente en la clase media urbana religiosa. Algunos atribuyen a la Hermandad 800.000 afiliados-cotizantes, aunque habría que ver cuantos son realmente militantes; 3) last but not least: ahora la Hermandad, con Morsi presidente, maneja además un gran aparato estatal, una de cuyas “especialidades” (además de la represión) ha sido tradicionalmente organizar fraudes electorales. En abril de 2013 habrá elecciones legislativas, que van a ser un test en relación con esto.

 

Washington: “Den a los islamistas la chance de gobernar Egipto”

 

A rey muerto, rey puesto. Este despiadado refrán político ha tenido una vez más su confirmación. Caído Mubarak, su incondicional hombre en El Cairo, Washington no desperdició un minuto en llorarlo. Hoy la ficha de EEUU es Morsi… y sus Hermanos. Como ya señalamos, Estados Unidos encabeza la lista de los “actores internacionales” que hacen fuerza para que en Egipto las cosas se vayan enfriando y se imponga un “régimen fuerte”.

Algunos reportajes a diplomáticos occidentales en El Cairo, explican bien la actual política de EEUU. Todo se resume en una frase: “Denle a los islamistas la oportunidad de gobernar Egipto” (Dina Ezzat, “Diplomats ponder the Egypt’s constitution debate”, Al Ahram (diario), 15-12-12). O sea, ¡dejen de protestar por la Constitución, dejen de hacer huelgas y manifestaciones y sobre todo… dejen gobernar tranquilo a Morsi!

Pero no se trata sólo de Egipto. La estrecha colaboración de Morsi con el Departamento de Estado para poner “orden” en el conjunto de la región es también un punto central de todo esto:

“‘Estados Unidos está muy interesado en mantener a este régimen en el poder, cree que sirve a sus intereses de una manera que ni el propio Mubarak lo ha hecho’, dijo un diplomático. ‘Estados Unidos se siente muy a gusto con el papel que está jugando el régimen actual respecto de Hamas, por cuanto alienta a Hamas a mantener sus actividades de resistencia antiisraelí en un nivel mínimo’, agrega. Otros diplomáticos hablan de ‘servicios significativos’: ‘El régimen ahora actúa como mediador entre Washington (y otras capitales occidentales) con los grupos islamistas de África y Medio Oriente. (…) Hay una aceptación general de que hay que darle un tiempo a los islamistas para que gobiernen… Estados Unidos ha usado precisamente ese argumento de ‘dar a los islamistas la oportunidad de gobernar Egipto y moderar a otros grupos islamistas’…” (cit.).

Hani Shukrallah –columnista del diario Al Ahram– explica bien por qué los servicios de Morsi a Washington son cualitativamente más relevantes que los de Mubarak, en primer lugar en relación con la “seguridad de Israel”:

“Repentinamente, se dieron cuenta: aquí había un presidente democráticamente electo (si bien por estrecho margen), respaldado por islamistas musulmanes ‘auténticos’, no sólo en Egipto sino en todo el Gran Medio Oriente, capaz no sólo de intimidar y presionar a Hamas para que sea ‘razonable’, como Omar Suleiman, del gobierno de Mubarak, lo hacía, sino de hacerlo en su carácter de Gran Hermano de la errante rama palestina de su movimiento (…) De repente, descubrieron que el presidente salido de la Hermandad Musulmana no sólo estaba tan comprometido como su predecesor con la ‘seguridad de Israel’, sino que demostraba ser un socio mucho más efectivo en este tema. (…) El rol de Egipto en gestionar el fin de la guerra israelí contra Gaza condujo a Estados Unidos a considerar al presidente egipcio Morsi como la clave para la ‘estabilidad’, esto es, para el control de Estados Unidos” (Hani Shukrallah, “Western media and the Brotherhood: Secrets behind the love affair”, Al Ahram (diario), 10-12-12).

Aunque dicho en un lenguaje diplomático, las cosas están claras. Pero es bueno también oír las opiniones estadounidenses en una forma más brutal: o sea qué piensa Wall Street, que al fin de cuentas tiene la última palabra.

Poco antes de las elecciones presidenciales, Business Week publicó un largo artículo que no sólo refleja este giro de EEUU sino también retrata a los personajes del “islamic business” que están al frente de los Hermanos Musulmanes. Recordemos que Business Week es hoy editado por Bloomberg, la famosa corporación de información financiera propiedad del actual alcalde de Nueva York: ¡por su boca habla Wall Street!

En una extensa nota, Business Week/Bloomberg entrevista a varios de esos millonarios islamistas (Suzy Hansen, “The Economic Vision of Egypt’s Muslim Brotherhood Millionaires”, Bloomberg Businessweek, 19-4-12). Es importante subrayar que estos personajes, como ya dijimos, no son cotizantes circunstanciales y oportunistas de un partido dirigido por otros, sino cuadros políticos históricos que dirigen desde hace mucho esa corriente, como lo es el propio Morsi.

El artículo impacta por el tono delirante de las alabanzas no sólo a los millonarios de la Hermandad, sino también al Islam y al islamismo… Quizá esto obedece a la necesidad de impostar sobre un tema que significaría un giro notable en el discurso ideológico del imperialismo yanqui, que después de la “Guerra Fría” se dedicó a cultivar la islamofobia. Ahora, ese discurso en relación al Islam y a los islamistas de la Hermandad es reemplazado así en Business Week:

“Malek –uno de los dirigentes multimillonarios de la Hermandad entrevistado– está sentado en el mismo departamento de Heliópolis que fuera destruido por la policía. De una pared cuelga un gran cuero marrón donde están grabados los 99 nombres de Alá… Los Malek son todos iguales: humildes, idealistas y seguros de sí mismos. Con su aspecto pulcro y su compromiso de reconstruir Egipto, la familia transmite un aire de seriedad como salido de una era menos cínica, al estilo ‘no preguntes lo que tu país puede hacer por ti [sino lo que puedes hacer por tu país, frase de Kennedy que suele citarse como típica de estadista. RR]’. Son parte de una generación de conservadores religiosos en ascenso en el mundo islámico, cuya devoción por Dios le da fuerza a su decisión de tener éxito en los negocios y en la política. Como dice Malek, ‘no tengo otra cosa en la vida que mi trabajo y mi familia’. Estos islamistas plantean un formidable desafío al arte de gobernar en países como Egipto. No sólo por su conservadurismo sino por su ética del trabajo, su enfoque resuelto y su rechazo a la pereza y el pecado. Están listos para ganar cualquier competencia” (Business Week/Bloomberg, cit.).

Observemos que estos elogios de tono weberiano –”ética del trabajo, enfoque resuelto y rechazo a la pereza y el pecado”–, solían ser de uso exclusivo para los protestantes (de raza aria, por supuesto). Ahora Business Week/Bloomberg los extiende no sólo a los millonarios como Malek, sino a los islamistas de la Hermandad en general, ejemplo de “conservadores religiosos en ascenso en el mundo islámico, cuya devoción por Dios le da fuerza a su decisión de tener éxito en los negocios y en la política”.

Y continúan los ditirambos: “A un año de la revolución que derrocó al gobierno de Hosni Mubarak, los ex parias de Egipto se han convertido en la nueva elite del país… El principal objetivo de este grupo era crear una comunidad que siga los dictados de la ley de Dios. (…) Estos Hermanos del 1 por ciento [referencia a que pertenecen a la más alta burguesía, por oposición al 99% que quería representar, por ejemplo, el movimiento Occupy en EE.UU. RR] confían en que pueden poner en el poder a una nueva clase empresarial –los egipcios que no tenían influencia bajo la era Mubarak– a la vez que mejorar la vida de los egipcios pobres y atraer inversiones extranjeras”.

En contraste, Mubarak, antes elevado a los altares del FMI y el Banco Mundial, es ahora arrojado a los infiernos: “Los años de Mubarak vieron el surgimiento de una pandilla de empresarios y políticos que les robaban a los egipcios de a pie, el 40% de los cuales vive con menos de 2 dólares al día. Sólo los que tenían contactos políticos podían subir en la escala económica” (cit.).

Por el contrario, “la Hermandad Musulmana entiende la economía, y su visión parece estar en la buena senda. Son los que tienen la visión más estratégica, guste o no” (cit.).

¿Y cómo son esa “visión” y esa “buena senda”? “El núcleo de la visión económica de la Hermandad, si hemos de clasificarla de manera clásica, es capitalista extrema” (¡textual: extreme capitalist!). “La agenda del FJP [partido de la Hermandad] subraya la libertad económica. Asegura proteger la competencia y evitar los monopolios, que van contra los principios del Islam. El FJP dice que canalizará las donaciones religiosas en caridad oficial, y que usará esos fondos para ayudar a los pobres, algo que la HM ha venido haciendo por décadas… Los occidentales pueden haber tenido el temor y la percepción de los valores sociales conservadores del Islam como hostiles al liberalismo económico. El Corán, no obstante, apoya la libertad de mercado [¿Mahoma, el primer neoliberal de la historia? RR]. Queda por ver si el capitalismo corrupto que caracterizó al régimen de Mubarak va a cambiar con los dirigentes pro mercado de la Hermandad” (cit.).

En resumen: en Occidente en general y en EEUU en particular no es mal visto este cambio hacia los “dirigentes pro mercado de la Hermandad”, partidarios de un “capitalismo extremo”… que además vienen dispuestos a poner orden. Esto explica que la Constitución islamista y autoritaria impuesta por Morsi no haya motivado mayores críticas…

Lo mismo podemos decir en rasgos generales de las llamadas “potencias regionales” (Turquía, Arabia Saudita y demás petromonarquías, e incluso Irán). Entre ellas hay diferencias y toda clase de disputas (por ejemplo, en el tema de Siria), pero en general apoyan a Morsi, aunque sea como mal menor, como el bombero que puede apagar uno de los principales focos del incendio del Medio Oriente antes de que el fuego les llegue a ellos.

 

 

10. Un nuevo “régimen fuerte” o el triunfo de una segunda revolución: necesidad (y posibilidad) de una alternativa política obrera independiente

 

Como ya dijimos, la batalla alrededor del “Decreto Constitucional”, primero, y del referéndum sobre la Constitución, después, determinaron que en los meses de octubre, noviembre y diciembre se dieran las más importantes movilizaciones en las calles desde las de enero y febrero de 2010 que hicieron caer a Mubarak. También en sectores de la izquierda, llegó a hablarse de una “Segunda Revolución”, esta vez contra el gobierno de la Hermandad.

Sin embargo, esta “Segunda Revolución” no se produjo en ese momento… lo que no implica que como perspectiva y objetivo estratégico, no sea correcta. Las movilizaciones de masas en las calles fueron, efectivamente, las mayores después de las de enero/febrero de 2010, pero con una diferencia importante: no culminaron en una huelga general. El gobierno retrocedió en cuanto al decreto de poderes absolutos, pero logró llevar adelante el fraudulento referéndum constitucional.

Como antes señalamos, Morsi y sus islamistas han logrado un triunfo de cierta importancia que, sin ser categórico ni aplastante, pone en peligro las libertades conquistadas en estos dos años y da un paso superestructural importante en el camino reaccionario de imponer un “régimen fuerte”.

Al mismo tiempo, esto no implicó una derrota física de las masas obreras, juveniles y populares que se movilizaron. Casi al otro día del referéndum volvieron a estallar conflictos obreros y protestas populares. Una importante acería entró en huelga y en Port Said hubo una gran movilización, con bloqueo de las carreteras y del ferrocarril, exigiendo viviendas (“Sit-in in Port Said to demand housing access – Protesters blockaded roads and stopped ferries”, Al Ahram (diario), 23-12-12).

Morsi, en unidad con los militares y con el apoyo internacional de EE.UU. & Cía. va a tratar de bajar este (muy cuestionado) triunfo por arriba, a las relaciones de fuerza sociales y políticas de conjunto. Posiblemente, esto no va a ser fácil, porque además no hay a la vista concesiones materiales para calmar las demandas, sino planes neoliberales rabiosos, de “capitalismo extremo” como dice Bloomberg-Bussines Week. El sistema islamista de limosna (zacat) y organizaciones de caridad puede mantener una red clientelista entre los más pobres, pero difícilmente conformen a la clase trabajadora, a la juventud urbana secularizada y a sectores populares como los de Port Said que a pocos días del referéndum salieron a cortar carreteras y ferrocarriles exigiendo viviendas…

Sin embargo, ser cuidadoso al medir las dimensiones del éxito islamista de imponer la nueva Constitución, no implica que éxito no haga cada vez más apremiante la necesidad de una alternativa política independiente y de clase, para continuar la batalla contra el gobierno de Morsi y la coalición de sectores nacionales e internacionales que lo respaldan.

Es que para encabezar esta lucha, el Frente de Salvación Nacional y sus partidos burgueses secularistas han demostrados ser una opción desastrosa. ¡Han sido los “generales de la derrota”! Ahora, lo único que les interesa es conseguir votos en las elecciones legislativas de abril próximo, para lograr su porción de la torta parlamentaria.

A la distancia, nos da la impresión de que un punto decisivo, estratégico, es si se equilibra un “desarrollo desigual” que señalamos antes: se ha producido el espectacular crecimiento de un movimiento sindical independiente con una gran vanguardia al frente, pero sin el desarrollo de una expresión política de esos sectores obreros organizados en forma independiente ni de su vanguardia.

Si no se soluciona esta desigualdad –advertida hasta por académicos liberales, como el que antes citamos–, difícilmente esto pueda desembocar en una “segunda revolución”. Políticamente, seguiría en pie la falsa alternativa burguesa entre islamistas y secularistas. Más aún: hasta para simplemente defenderse de los ataques políticos del gobierno y las patronales, este nuevo movimiento obrero necesita urgentemente de un instrumento o herramienta política. Es decir, de un partido o movimiento político.

Es imprescindible, en primer lugar, para poder presentarse ante el resto de los explotados y oprimidos como el representante general de sus intereses, sus luchas y reivindicaciones. Si este nuevo movimiento obrero no logra eso, queda indefenso frente a la clásica maniobra que ya está en curso en Egipto: la de enfrentar a las masas más pobres contra la clase obrera y trabajadora, que es denunciada diariamente como “privilegiada” y “egoísta”, que con sus huelgas perjudica a todos.

Esta es una campaña que se hace tanto desde las páginas de la prensa “liberal” y “secularista”, como desde los medios del gobierno y las mezquitas donde predican Hermanos y salafistas. Ya citamos la condenación de las huelgas por los sheiks, que demagógicamente reclaman, por ejemplo, “que todos los trabajadores en huelga en Egipto sean despedidos y sustituidos por las legiones de desempleados del país”: un cebo ilusorio pero no despreciable para los millones sin empleo.

Aunque sin invocar a Alá, también desde las tribunas secularistas hay discursos contra las huelgas, con argumentos mil veces oídos en Occidente: que en principio la huelga es un derecho, pero que ahora las huelgas y los piquetes se han convertido en un abuso, un chantaje a la gente… con el que hay que acabar (Hanaa Al-Mekkawi, “Entre légitimité et abus de position”, Al Ahram hebdo, 31-10-12).

El nuevo movimiento sindical independiente, a través de sus sindicatos y de la EFITU, toma posiciones políticas. Pero éstas son puntuales. Esencialmente su lucha es sindicalista-corporativa… mientras la mayoría de sus principales dirigentes ha oscilado en apoyos políticos circunstanciales, tanto de corrientes laicas como incluso islamistas.

En esas luchas, la clase trabajadora, especialmente de las grandes empresas y/o sectores claves de la economía, suele tener ventajas en la pelea, en relación a las masas desheredas de la ciudad y el campo. Por ejemplo, en noviembre pasado bastaron cinco horas de huelga de los trabajadores del metro de El Cairo para obtener diversas reivindicaciones, en primer lugar el despido del presidente de la empresa que lo administra (ver “Egypte: Les grèves n’ont jamais stoppé”, Norhanekayane/Alichtiraki, 11-1-13). Hechos como éste son aprovechados para tratar de volver a los más pobres contra la clase trabajadora. Lo mismo ha sucedido con las huelgas en los hospitales, en las líneas de buses, de los conductores de camiones que hacen bloqueos de carreteras, etc.

Insistimos: si la clase obrera y trabajadora y sus nuevas organizaciones independientes –hasta ahora exclusivamente sindicales– no se constituyen también en defensoras de los intereses de las masas populares (y también de la mujer, de la juventud, etc.) van quedar cada vez más expuestas a ese grave peligro: que por intermedio de los islamistas, sectores populares sean vueltos contra el movimiento obrero. Y esto en una situación en que el gobierno islamista (y los patrones de todas las confesiones) tienen el mayor interés en terminar con las luchas obreras, acabar con los sindicatos independientes y volver a enjaular a los trabajadores en la central burocrática reciclada.

Pero esta lucha general –es decir, política–, no puede darse sin un partido o movimiento político propio. La reciente lucha contra el referéndum constitucional comprometió a la vanguardia de dirigentes y activistas de los nuevos sindicatos y a sectores importantes de sus bases, como los obreros de Al Mahalla. Pero, en ausencia de un partido o movimiento político propio, su dirección total quedó en manos de los políticos del Frente de Salvación Nacional… con los resultados que están a la vista.

La situación abierta con la rebelión del 2010, también ha fortalecido a organizaciones marxistas revolucionarias. Al parecer, principalmente, a los Revolutionary Socialist (RS), una corriente que aparece relacionada principalmente con el SWP (Socialist Workers Party) británico y también con la ISO (International Socialist Organization) de EEUU.

La existencia y crecimiento de organizaciones trotskistas es un hecho significativo y muy positivo. Es un gran cambio histórico en una región donde lamentablemente la franja de la izquierda había sido monopolizada por el stalinismo. Pero, al mismo al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que aún se trata de organizaciones de vanguardia relativamente pequeñas[33], aunque reconocidas en la vanguardia como parte del movimiento político-social que estalló hace dos años.

En un artículo de Sameh Naguib, un dirigente de RS, se sostiene que “la elección de la Hermandad y de los salafistas de línea más dura no es el fin de la historia. Es una fase de transición. La revolución rusa no llevó al poder a Lenin y los bolcheviques, sino a representantes de la oposición reformista que no lograron ninguno de los objetivos de la revolución hasta que los bolcheviques ganaron la mayoría en los consejos obreros, campesinos y de soldados y barrieron los restos del viejo régimen en la gran revolución de octubre. Se necesita una lucha intensa y paciente para ganar la mayoría para nuestro proyecto revolucionario y la necesidad de una segunda revolución egipcia” (Sameh Naguib, “Getting Egypt’s second revolution”, Socialist Worker (SWP-UK), 24-11-12.

Como tesis muy general, es correcto que, en el curso de un proceso revolucionario, un partido revolucionario inicialmente minoritario puede ganar a sectores de masas… y así llegar a luchar por el poder. Contra todas las variantes del oportunismo, coincidimos en luchar con esa perspectiva general, estratégica. Sin embargo, eso no resuelve los problemas políticos concretos, que marcan diferencias substanciales entre la Rusia de 1917 y Egipto en 2012. Y, es a partir de allí, de las situaciones concretas, donde comienza la política.

Señalemos algunos puntos fundamentales, entre otros: 1) En el proletariado ruso y europeo la idea del socialismo era popular (y también, bajo la forma falsificada del nasserismo, lo fue en Egipto); hoy, en cambio, la de relanzar la perspectiva socialista es una tarea que aún tenemos por delante. 2) El partido bolchevique era inicialmente minoritario pero situado en un escalón cualitativamente distinto de nuestras organizaciones que, sin excepción, conformamos todavía grupos de vanguardia más grandes o más pequeños pero sin influencia de masas (como tenían Lenin y Trostky aunque estuviesen al principio en minoría en los soviets). 3) Por último, pero no lo menos importante, no surgieron en Egipto “consejos obreros, campesinos y de soldados”, esto es, soviets. Aunque aún no abarque a la gran mayoría de los trabajadores asalariados (e incluso sea todavía minoritario), el gran fenómeno masivo en relación a la clase obrera y su vanguardia ha sido la irrupción del sindicalismo independiente. Insistimos: a nivel obrero, ése ha sido el gran cambio.

No hay soviets, sino nuevos sindicatos independientes y una nueva generación de activistas que los encabezan, a quienes la situación ha ido obligando, quiera o no, a asumir posiciones en puntos políticos.

¿Por qué ese nuevo movimiento obrero no se le propone ninguna tarea política global, como la que hipotéticamente señalamos antes? Todos los artículos de los compañeros sobre las huelgas, los nuevos sindicatos y otros nuevos organismos, coinciden en subrayar cómo sus luchas frecuentemente levantan puntos políticos. Y alientan esto, por ejemplo, el enfrentamiento a la “declaración Constitucional” y al posterior referéndum, pero sin proponer a este nuevo movimiento y en especial a su vanguardia que suba un escalón político.

En un texto posterior de International Socialism, la revista teórica de la corriente internacional afín a RS, se describe bien ese “movimiento obrero desigual”, recordando que “hasta ahora no hay señales de que la democracia obrera en lugares de trabajo tienda lazos hacia comités de representantes obreros o consejos de acción. A pesar de los tumultuosos hechos desde enero de 2011, no han surgido formaciones protosoviéticas en las que se puedan desarrollar agendas políticas más amplias. El movimiento tampoco ha producido una partido de trabajadores del tipo que creció rápidamente en Brasil en los 80. Un intento de construir un Partido de Trabajadores (formado a comienzos de 2011 y luego conocido como Partido Democrático de los Trabajadores) no tuvo éxito. El movimiento es de una energía extraordinaria, pero carece de coordinación y de proyecto político que pueda hacer avanzar los intereses colectivos de los trabajadores. Tampoco ha podido cumplir la promesa de más cambios radicales que contenían las huelgas de masas contra Mubarak en febrero de 2011.

“El movimiento guarda semejanza con los que surgieron en otros terremotos políticos en los últimos 50 años; en Chile en 1973, en Portugal en 1974-5, en Irán en 1979 o en Polonia en 1980-1. Es inhibido, no obstante, por la ausencia de agenda política común entre los principales activistas. No se tarat sólo de que a los trabajadores les falta un partido –panorama común a muchos levantamientos revolucionarios– sino que incuso las redes de solidaridad están sin desarrollar. Esto está asociado en parte a la resistencia del viejo orden” (Philip Marfleet, “Never going back: Egypt’s continuing revolution”, International Socialism 137, enero 2013).

Este “desarrollo desigual” efectivamente, es así. Pero, al mismo tiempo, por lo que pudimos ver, ha habido un desarrollo político desde que a, principios del 2011, se realizó el intento del Partido de los Trabajadores y Partido Democrático de los Trabajadores (en el que participaron los compañeros de RS). En primer lugar, hay una experiencia de las masas trabajadoras (y de su vanguardia sindical) con la Hermandad en el gobierno, que en esos momentos no existía. El peligro está en que eso sea capitalizado exclusivamente por corrientes de la otra alternativa burguesa, el Frente de Salvación Nacional.

Efectivamente, no parece haber tampoco ahora una “agenda política común entre los principales activistas”. ¿Pero eso no obliga (y al mismo tiempo da la oportunidad) para una lucha política en el activismo? El intento del Partido de los Trabajadores y Partido Democrático de los Trabajadores seguramente fue prematuro, pero el problema más general subsiste: ¿cómo disputar esa vanguardia a las distintas variantes (también de “izquierda”) que se agrupan bajo el paraguas de la oposición burguesa a Morsi? ¿La propuesta de un movimiento político propio, amplio y democrático (pero absolutamente independiente de islamistas o burgueses liberales), no podría ser un puente más amplio para dialogar con esa vanguardia?

 



[1] Egipto era, teóricamente, parte del Imperio Otomano. Pero, en verdad, más allá de pagar algunos tributos al lejano Sultán de Estambul incapaz de ejercer un dominio directo, Egipto era ya un estado prácticamente independiente. Esto se concretó aun más bajo el régimen de Muhammad Ali, en que Egipto pasó oficialmente del rango de “Eyelet” (“provincia” o “gobernación” del Imperio Otomano) al de “Jedivato” (algo así como “estado autónomo tributario” del Imperio).

[2] Sobre este intento notable, ver Máxime Rodinson, “Islam et capitalisme”: 134ss (Paris, Éditions du seuil, 1966). Apuntemos, además, que Egipto tenía desventajas decisivas, internas y externas, en relación al Japón de los Meiji. “La tentativa de Mohamed Alí será, con la de Japón, el único intento de modernización realizado en el siglo XIX fuera del mundo europeo. Su fracaso fue debido a dos series de causas: la proximidad de Europa, que no le da tiempo reformar el estado e industrializar el país, y la madurez insuficiente de las condiciones sociales locales” (Samir Amin, El desarrollo desigual: 248, Barcelona, Planeta, 1986).

[3] En el Magreb, Francia se había apoderado de Argelia ya en 1830 y en 1881 había establecido su “protectorado” en Túnez. Recordemos que se suele dividir las regiones del mundo árabe en el Magreb (de al-Magrib: Poniente) y el Máshreq (de al-Mashriq: Levante). El Magreb incluye a Marruecos, Argelia y Túnez. Libia suele ser también incluida en el Magreb. El Máshreq abarca a Egipto, Sudán, Jordania, Líbano, Palestina, Siria, y tomado en sentido amplio también a Arabia Saudita, Yemen, Iraq, Catar, Bahrein, Omán, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos (EAU).

[4] Burlando las promesas de independencia hechas a los pueblos árabes para conseguir su apoyo contra el dominio del Imperio Otomano en Primera Guerrra Mundial, Francia y Gran Bretaña habían firmado un tratado secreto –el acuerdo Sykes-Picot, 1916– para repartirse la región. A Francia le tocarían las actuales Siria y Líbano. Los británicos, además de su “protectorado” en Egipto, se apoderarían de Palestina, Jordania e Iraq. Los bolcheviques, después de tomar el poder, descubrieron en 1918 en los archivos zaristas una copia de este infame tratado, que publicaron de inmediato. Esto provocó una ola de indignación en el mundo árabe, y, a la vez, de simpatía por la Revolución Socialista en Rusia.

[5] La otra corriente menor pero muy importante fue la izquierda marxista. Hegemonizada por los partidos comunistas stalinistas, no tuvo políticas independientes sino generalmente de seguidismo a los gobiernos nacionalistas laicos, según marcase el termómetro de sus relaciones con Moscú. Esto no era obstáculo para que los mismos regímenes nacionalistas laicos amigos del Kremlin, reprimiesen brutalmente a sus militantes.

[6] El “islamismo” o “Islam político” tiene otras dos fuentes fundamentales por fuera del mundo árabe, que han originado diversas corrientes. En Irán, la del Ayatolla Jomeini (1901-1989), que logra tomar el poder después de la rebelión de 1979, y que representa la versión shiíta del islamismo. En Pakistán, la de Abul A’la Mawdudi (1903-1979). Su movimiento –Jamaat-e-Islami– apoyó la dictadura del general Zia Ul Haq (1924-1988) que impuso la “islamización” de Pakistán, alentado por EEUU como medida para combatir a la izquierda y al nacionalismo laico del PPP (Partido del Pueblo de Pakistán), dirigido por Zulfikar Ali Bhutto, ahorcado por la dictadura en 1979. Además, Mawdudi y su movimiento islamista trabajaron activamente con EEUU, Arabia Saudita y el dictador pakistaní en promover las guerrillas islamistas contra la ocupación soviética en Afganistán. Allí comenzaría su actuación el entonces agente de la CIA Osama Bin Laden, que reuniría a los jihadistas provenientes de otros países en Al Qaeda, la “base de datos” que hacía para la inteligencia estadounidense. Asimismo, las “escuelas islámicas” promovidas por EEUU, la dictadura militar y los islamistas en la frontera con Afganistán fueron el lugar de nacimiento de los talibán (que significa precisamente “estudiantes” en pashtún y en árabe).

[7] “Lejos de brotar de la nada, el 25 de enero de 2011, es un resultado de un proceso que se ha venido incubando a lo largo de una década, una reacción en cadena a las protestas de otoño del 2000 en solidaridad con la intifada palestina” (Hossam el-Hamalawy, The Guardian, 2-3-11).

[8] De todos modos, también alude implícitamente a hechos históricos mayúsculos, como la “Primavera de Praga” (de enero a agosto de 1968) en que las masas populares de Checoslovaquia se rebelaron contra el dominio de la burocracia del Kremlin, o la “Primavera de los Pueblos” o “de las Naciones” , la ola de revoluciones europeas iniciadas en 1848 en que apareció la clase trabajadora como sujeto social y donde Marx y Engels hicieron sus primeras armas.

[9] En el socialismo revolucionario hay corrientes, como la del PSTU-LIT o la del PO de Argentina, que han llevado al extremo esta visión unilateral. Otras, en cambio, como es el caso de sectores de la IV Internacional del SU, viven en estado de funeral permanente: todas son derrotas… y si no lo son hoy, ya lo serán mañana.

[10] Sobre los estallidos de protesta en Siliana y otras ciudades ver Tarek Amara, “Protests in Tunisian towns show anger at Islamist government”, Reuters, December 2, 2012. Sobre los ataques islamistas a la mujeres, “The Tunisian Revolution Continues: An Interview with Lina Ben Mhenni”, Jadaliyya, 9-10-12. Sobre la huelga general, ver “Izquierda sindical e islamistas se enfrentan a palos en Túnez”, El País, 7-12-12 y “La CGTT rejoindra-t-elle la grève générale décrétée par l’UGTT?”, Businessnews.com, Túnez, 7-12-12.

[11] “Protestas en el segundo aniversario de la revolución – Manifestantes lanzan piedras al presidente durante visita a Sidi Bouzid y le impiden hablar”, El País, 17-12-2012. “Protesters have thrown tomatoes and stones at Tunisia’s President”, BBC News, 17-12-12.

[12] Bruce Riedel –diplomático en Medio Oriente y asesor de varios presidentes de EEUU, incluyendo a Clinton y Obama– sostiene esa visión pesimista. En una entrevista de Reuters –publicada en El País de Madrid (27-11-12)–, Riedel, alarmado, advierte que “en Arabia Saudí se están dando los mismos procesos de crisis que desencadenaron lo de Egipto… una gran población juvenil con pocas perspectivas de trabajo, sin apertura política de ningún tipo, con un grupo de príncipes envejecidos y un proceso de sucesión que lleva directamente a una crisis… A pesar de toda la riqueza de que dispone Arabia Saudí no puede crear empleo para su gente… Es un error pensar que el proceso revolucionario en los países árabes ha terminado… Pueden pasar años antes de que se asiente el Estado en Egipto… Honestamente hay muchas nubes en el horizonte… Lo que ha quedado claro ahora es que el antiguo statu quo desde Marruecos a Arabia Saudí no era sostenible. Nadie sabía cómo ni cuando iba a estallar. No era previsible que un vendedor tunecino se prendiera fuego e iniciara todo… Lo que nadie vio al principio pero ahora aparece muy claro, es que cuando el proceso tuvo éxito en un país se iba a extender al siguiente. Por eso creo que este proceso no ha terminado”.

[13] Un clásico ejemplo es la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789. La gente no dijo: “Comencemos la Revolución Francesa”. El objetivo inmediato parece haber sido la liberación de los presos, en la creencia de que estaban en peligro de muerte. “Incidentes” como el del 14 de julio ya se habían producido varias veces, también con Luis XV. Pero esta vez sería el inicio de algo diferente: una de las más grandes revoluciones de la historia.

[14] Por supuesto, la génesis del Este europeo, a excepción de Yugoslavia, no era así. Pero aquí no estamos haciendo un análisis de ese hecho histórico, sino de cómo aparecía a los ojos de grandes sectores de masas.

[15] Por supuesto, esto no se da en términos absolutos. En Occidente, además, hay elementos de regresión, como la derecha fundamentalista cristiana en EEUU, corriente político-religiosa de peso en el Partido Republicano, y que fue un puntal importante del régimen de Bush. Y en EEUU hay una tensión crónica por los intentos de imponer la religión y sus símbolos en las escuelas públicas y otros organismos del Estado. Asimismo, en varios países de América Latina se han desarrollado poderosas sectas que también intervienen en política, como en Brasil la reaccionaria “Iglesia Universal del Reino de Dios”.

[16] Vencido en 1989-91 el “Imperio del Mal” domiciliado en el Kremlin, el (necesario) papel de ogro en el imaginario político de EEUU fue transferido al Islam y los islamistas. La “islamofobia”, como discurso ideológico principal, comenzó allí casi diez años antes del 11 de septiembre del 2001. Ya en 1992, Samuel P. Huntington daba una conferencia en el American Enterprise Institute, que sería la base de su bodrio El choque de civilizaciones, biblia “teórica” de la islamofobia, que luego pasaría a las vías de hecho con la “cruzada” de Bush contra el “terrorismo islámico”, un buen pretexto para iniciar la (re)ocupación colonial del “Gran Medio Oriente”. Asimismo, hay que admirar la capacidad de amnesia y reconversión del imperialismo. Poco antes, Hollywood producía las películas de Rambo sobre los “freedom fighters” islamistas que combatían al “comunismo” en Afganistán. ¡Ahora había que invadir el “Gran Medio Oriente” para darles caza!

[17] Los grandes estados-imperios de Eurasia no eran los de Occidente, que se habían fragmentado en el feudalismo, sino principalmente el de China y los islámicos.

[18] Said toma de Rodinson un buen ejemplo: “La evolución de la ‘secta’ de los ismaelíes es especialmente interesante. En la Edad Media, los ismaelíes predicaron la subversión revolucionaria contra el orden establecido. Hoy, sus líderes son gente como el Aga Khan, millonarios cuyo principal objetivo es disfrutar de la dolce vita en compañía de estrellas de cine.” (Rodinson, Marxism and the Muslim World, 1982, citado por Said: 157).

[19] Efectivamente, nos parece equivocado dar alcances absolutos al lugar común de muchos orientalistas, e incluso marxistas, que marcan una diferencia cualitativa con el cristianismo. Parten del axioma de que “Islam y política han sido siempre inseparables, ya que el Islam es una religión política en el sentido etimológico de la palabra. Por lo tanto, la demanda de separación entre religión y estado en los países musulmanes es más que secularista: es abiertamente antirreligiosa” (Gilbert Achcar, “Eleven Theses on the Resurgence of Islamic Fundamentalism”, 1981, en International Marxist Review vol. 2 no. 3, verano 1987). Esto establecería una diferencia cualitativa y esencial con el cristianismo.

Es verdad que el Islam surge como una religión que es al mismo tiempo el primer estado en el seno de una sociedad tribal sin estado, y que Mahoma simultáneamente fue un profeta y un genial dirigente político. Y esta identidad entre religión, política y estado también parece mantenerse bajo los cuatro primeros califas. Pero con el tiempo (y la extensión y fragmentacion del Islam) fueron desarrollándose instituciones estatales y religiosas diferenciadas, y también un clero, aunque esto presenta formas distintas según los casos.

El cristianismo, a diferencia del Islam, aparece en medio de un gran estado ya existente (el Imperio Romano) diciendo: “Dad al César lo que es del César; y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21)… y durante un tiempo no sólo estuvo al margen del estado sino también perseguido por él. Pero luego el cristianismo se convertiría también en religión de estado… y durante siglos la política en el mundo cristiano también fue inseparable de sus formas religiosas. Asimismo, en los “estados cristianos”, los intentos de secularización, de separación de la(s) Iglesia(s) del estado, fueron también recibidos como “abiertamente antirreligiosos” y en muchas ocasiones corrió la sangre. No sólo el Islam ha sido frecuentemente “una religión política”. ¿Acaso las mil variantes del cristianismo no fueron durante largo tiempo formas de existir de la política?

[20] Anotemos que una buena parte de la burguesía “egipcia” de la época de dominación inglesa no era de origen egipcio, e incluso una porción tampoco era musulmana (S. Amin: 248ss).

[21] El crecimiento de fundamentalismos religiosos y sus derivaciones en la política se dio también fuera del Islam, y veces por motivos parecidos. En India, la decepción con el tradicional Partido del Congreso, nacionalista laico, que gobernó con Jawaharlal Nehru después de la retirada de los colonizadores británicos, abrió espacios al fundamentalismo hindú y a corrientes políticas hinduistas.

[22] Su secretario general, Rifa’at al-Said, justificaba así esta política: “Creemos que las políticas del partido gobernante son equivocadas y peligrosas para el país, mientras que los grupos islamistas están más equivocados y son más peligrosos” (Al Ahram weekly, 1995).

[23] Según Alain Gresh, columnista de Le Monde diplomatique especializado en el tema, este fenómeno abarcó a importantes sectores laicos anti-islamistas que además confiaron en el perfil “amplio”, no sectario y “antimilitar” con que Morsi “vendía” su candidatura. Así, según Gresh, por Morsi votaron “fuerzas diversas como los Jóvenes del 6 de Abril o personalidades como el bloguero Waël Ghonim o el escritor Alaa El-Aswani, autor de la inolvidable novela El edificio Yaconián y crítico de los islamistas, que justificó así su voto: ‘No estábamos con Morsi, apoyábamos la revolución’. Su principal objetivo era apartar el ejército” (Gresh, “Transición política en Egipto”, Le Monde diplomatique edición Cono Sur 161, noviembre 2012).

[24] Con este nombre, los Hermanos se apropiaban de un hecho histórico de Medio Oriente, la Nahda (despertar, renacimiento), iniciada en el siglo XIX. Fue un movimiento cultural-político nacido en El Cairo y que luego se expandió a Beirut y Damasco, en el marco del intento modernizador de Muhammad Ali, que ya comentamos.

[25] Esto hay que subrayarlo, porque es seguramente la desigualdad más importante –y de mayores consecuencias– que se da entre las diferentes situaciones nacionales y el curso que han seguido; por ejemplo, entre las de Egipto y Siria. Desde ya que no pretendemos con esto hacer una simplificación reduccionista (y, por lo tanto, ajena al marxismo) de sus formaciones económico-sociales, con raíces históricas que se remontan a siglos, y que dan base al contraste entre la extrema (y nefasta) fragmentación “comunitaria” étnica y/o sectario-religiosa de la región sirio-libanesa y la relativa homogeneidad de Egipto. Pero la ausencia de la clase trabajadora y del movimiento obrero como sujetos sociales y políticos en el caso de Siria, implicó también la ausencia de la única fuerza que podía contrarrestar esos factores… y al mismo tiempo dar el golpe de gracia a la dictadura, como logró el movimiento obrero en Egipto con la huelga general que forzó la caída de Mubarak.

[26] Recordemos que el sanguinario ataque lanzado por Israel contra Gaza quedó paralizado en su fase inicial. Los colonizadores de Palestina no pudieron llevar hasta el final lo que se proponían: una invasión por tierra y una gran masacre como la enero de 2009, que causó casi 2.000 muertos e incontables heridos y mutilados. El resultado refleja el cambio de la situación (y de las relaciones de fuerza), producto de la “Primavera Árabe”. Lógicamente, en Gaza esto fue recibido con alivio y como un triunfo parcial frente a Israel, pese al saldo de destrucción y muerte que causaron los impunes bombardeos sionistas. Los “laureles” de este “triunfo” se los llevó Hamas (la rama de la Hermandad Musulmana que gobierna Gaza) y Morsi, también de la Hermandad. Morsi –que actuó en estrecho equipo con Obama y Hillary Clinton– apareció como el “gran estadista” que, por un lado, no abandonó a los palestinos y respaldó a Gaza, y, por el otro, logró, con “sensatez”, “negociar la paz” con los israelíes… ¡y todos contentos, colonos y colonizados!

Por supuesto, la realidad difiere de este cuento de hadas. Si bien, por un lado, el resultado expresa el gran cambio en la situación de Medio Oriente, por el otro, el acuerdo de Morsi con Israel (dictado en verdad desde Washington) se basa en ratificar el papel infame del estado egipcio como co-carcelero de los casi dos millones de palestinos prisioneros en la Franja de Gaza. Es una ratificación más de los pactos firmados por Sadat y luego por Mubarak con los colonizadores sionistas, para que Egipto colabore con ellos como perro guardián de los palestinos, bloqueando su frontera con Gaza, el campo de concentración más grande del mundo. Y, además, que garantice que no partirá ningún ataque desde allí. Por eso, como veremos más adelante, Obama quedó más satisfecho que nunca con Morsi y la Hermandad como agentes para contener y domesticar a las corrientes islamistas en toda la región.

[27] Esto comienza a darse “extraoficialmente”. Algunas bandas salafistas patrullan las calles y “amenazan a las mujeres que ellos consideran llevan vestimenta impropia, irrumpen en fiestas donde suena música ‘no islámica’, atacan a los negocios que venden alcohol y en un caso, le cortaron la oreja a un hombre acusado de ‘incitar a la inmoralidad’…”.(Cam McGrath, “Islamist Vigilantes Begin to Police Egypt”, Al Jazeera, El Cairo, 6-12-12.

[28] Las dudosas cifras informan que sobre un total 51.918866 ciudadanos registrados, votó sólo el 31,73%. De esta cifra ínfima de votantes, un 64,01% habría votado Sí, y un 35,99% por el No. Además, hay que subrayar que esta votación se hizo en dos rondas: el boicot de gran parte de los jueces encargados de los comicios, hacía imposible hacerlos simultáneamente en todo el país. En la primera ronda, que incluyó El Cairo y otros lugares de mayor control opositor, la diferencia anunciada fue mucho menor: 56% el Sí, contra 44% el No. En El Cairo, el gobierno no tuvo más remedio que admitir que el No había ganado con el 57% de los votos. La importante diferencia entre las gobernaciones que votaron en la primera y la segunda ronda refleja el mismo fenómeno que señalamos en las elecciones presidenciales. El Alto Egipto y otras regiones muy atrasadas, y que estuvieron a la retaguardia del alzamiento contra la dictadura, siguen siendo instrumentadas contra las regiones más a la vanguardia. (Ahmed Feteha, “Full results of Egypt’s constitutional referendum”, Al Ahram (diario), 23-12-12.

[29] Esta división se reproduce a su vez en menor escala en el “mapa” de otras regiones y ciudades, por ejemplo, Alejandría, que tiene gran tradición de activismo político tanto de izquierda y laico como islamista.  Un interesante artículo de Jadaliyya analiza esta polarización barrio por barrio.

Por un lado, “el mayor campo anti Constitución vino del núcleo de Alejandría, aparte de los distritos obreros de Moharram Bey y Karmus. Las áreas del núcleo (…) representan en general la Alejandría anterior a la revolución de 1952, antes de la urbanización  de masas de las décadas sucesivas que obligaría a la ciudad a extenderse hacia afuera –la a veces llamada “emigración de Alejandría”–, donde el Estado no podia o no quería extender los servicios básicos.

“El núcleo, que se extiende aproximadamente desde El-Labban (antigua Alejandría) hacia el este, a lo largo de la costa, hasta Sidi Gaber, tiene más influencia de los revolucionarios debidoa la política progresiva que da lugar a la urbanización y una relativa movilidad social. Eso era muy visible en mi suburbio de clase media de Cleopatra Hamamat, donde el ‘No’ ganó con mucha diferencia.

“El voto ‘Sí’ vino sobre todo de los distritos muy empobrecidos y los suburbios de la Gran Alejandría, donde viven principalmente comunidades inmigrantes de las aldeas vecinas y del delta del Nilo. Los factores comunes en lugares como Montazah y Raml Thani, al este de Alejandría, son la sobrepoblación y niveles de pobreza extremos, y por lo tanto son los lugares donde los islamistas han hecho pie a través de servicios de bienestar social, atención médica y educación religiosa, durante los años ausencia y fracaso del Estado (…).

“[Pero], en grado considerable, se tiende a sobreestimar la verdadera fuerza de los islamistas, y la pobreza no necesariamente implica una relación causal con el voto conservador. Hay otros factores que parecen contribuir a la forma en que se vota en Alejandría, que tuve ocasión de observar durante mi trabajo voluntario para Shayfeenkom (organización de control de fraude electoral) en mayo. Por ejemplo, en Moharram Bey, en las elecciones presidenciales, prevaleció el apoyo al socialista Abul Ezz El-Hariri, así como al neonasserista Sabahi, que logró apoyo en los distritos obreros donde los votantes abandonaron a los candidatos conservadores” (Amro Ali, “Sons of Beaches: How Alexandria’s Ideological Battles Shape Egypt”, Jadaliyya, 29-12-2012).

[30] Estrechamente relacionado con eso, Egipto tiene la ventaja de no sufrir un caleidoscopio sectario-religioso y étnico como el que caracteriza a la región sirio-libanesa.

[31] Aunque esto es tema de debate y múltiples opiniones, según la sharía está prohibida la llamaba riba. La riba es una palabra del Corán que se interpreta de muchas maneras: desde prestar dinero a interés hasta la versión más permisiva de no cobrar intereses “excesivos”, usurarios. Por supuesto, pese a esta prohibición, en todas las sociedades islámicas ha existido abiertamente el préstamo a interés, pero se lo disimula con las llamadas “astucias” (hiyal)… lo que sigue haciendo la “banca islámica”. Sobre esto, ver Maxime Rodinson, Islam et capitalisme: 31ss. La prohibición de la riba en el Islam es similar a las “condenas morales” que en la Edad Media hacía la Iglesia Católica contra la “usura”, lo que en la realidad no impedía ni el préstamo a interés… ni que órdenes religiosas (como los Templarios) se dedicaran a los negocios bancarios y a hacer préstamos a los reyes.

[32] En este sentido, la Hermandad, como corriente política, presenta rasgos peculiares en comparación con lo que ha sido un rasgo histórico de los movimientos y partidos burgueses de todo el mundo, y del propio estado burgués. A saber, que los sectores burgueses que representan no ejercen el poder político directamente, en persona, sino por mediación de cuadros “especializados”, a veces provenientes “del pueblo”. Sin embargo, bajo el neoliberalismo (y ahora más aún con la crisis) se muestra una mayor tendencia al gobierno directo de las corporaciones y los bancos, como ha sido el caso de la imposición del gobierno de Monti en Italia. La Hermandad presenta una versión propia de fusión de negocios y política (y, además, religión), que no surge de la actual crisis, sino del mismo nacimiento y desarrollo del “islamic business” y sus conflictivas relaciones con el régimen dictatorial y la corporación militar.

[33] Según manifestaron en Plaza Tahrir a nuestra corresponsal en noviembre pasado los compañeros de RS, esa organización tendría unos 200 militantes.

Por Roberto Ramírez, Revista SoB 27, febrero 2013

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