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Jul - 15 - 2016

El ataque perpetrado en Dallas el pasado 7 de julio generó amplias repercusiones. La muerte de 5 agentes de policía en manos de un francotirador puso en el centro de la mira la creciente polarización que existe en la sociedad norteamericana.

El autor de los disparos, Micah Johnson, era un afroamericano de 25 años, ex-reservista de las fuerzas armadas norteamericanas. La matanza se produjo durante una movilización anti-racista convocada por el movimiento “Black Lives Matter” (“las vidas de los negros importan”). Sin embargo, los disparos no provinieron del interior de la protesta, sino de los alrededores, donde el francotirador estaba emboscado. Se trató de una acción puramente individual y desvinculada del movimiento, tanto en su forma como en su contenido. Acción que además había sido premeditada y para nada “espontánea”, incluyendo la utilización de un arma automática.

Lo que une ambos eventos (las protestas y el ataque) es que fueron motivados por los mismos hechos, ocurridos esa misma semana y en solo 48 horas: el asesinato a manos de la policía de Alton Sterling y Philando Castile, dos afroamericanos. En ambos casos se trató de ejecuciones a sangre fría por parte de agentes en servicio, completamente arbitrarias y sin motivo alguno más que el racismo intrínseco de la policía norteamericana. Los dos asesinatos fueron grabados por testigos y difundidos por las redes sociales, lo que despertó una enorme oleada de indignación entre todos los sectores antirracistas.

Estos asesinatos no son hechos aislados. En lo que va del año más de 560 personas fueron ejecutadas por la policía, siendo la enorme mayoría negros o latinos. Durante 2015, el número total de asesinados por las “fuerzas del orden” es de casi 1200 personas. Hechos como estos fueron los que dieron origen al movimiento “Black Lives Matter” y las protestas antirracistas masivas en 2012. El caso más emblemático fue el asesinato de Michael Brown en 2014 que provocó revueltas en varios puntos del país, con epicentro en Ferguson.

Como desarrollamos en artículos anteriores[1], el problema de fondo es que persiste un enorme racismo en la sociedad norteamericana, cristalizado especialmente en las fuerzas de seguridad. Los negros y latinos son proporcionalmente mucho más pobres que sus pares blancos, con mayores tasas de desempleo, peores salarios y condiciones de vida en general. La proporción de personas encarceladas es muchísimo más alta también en estos sectores. La policía los trata con un desprecio permanente, con detenciones arbitrarias y golpizas rutinarias.

Una sociedad polarizada

La muerte de los 5 agentes de policía fue instrumentalizada por todo el establishment político burgués para atacar al movimiento antirracista. El presidente Obama, los dos grandes partidos imperialistas (republicanos y demócratas), los medios de comunicación, etc. lanzaron una gran campaña para apuntalar la institución policial y desacreditar a las protestas.

Tanto Obama como el expresidente Bush se hicieron presentes en el funeral de los policías asesinados, pero no lo hicieron con los funerales de las víctimas de la violencia policial. Se trata de un “doble estándar” que refleja que no existe una verdadera “ecuanimidad”. Los grandes dirigentes de la nación norteamericana se ponen inequívocamente del lado de una institución opresora, y nunca de del lado de los oprimidos.

Se trata puramente de una operación política. El ataque de Dallas no tuvo ninguna relación con el movimiento antirracista. Black Lives Matter difundió un comunicado repudiando los hechos. El método histórico de lucha del movimiento contra la opresión racial (como el de los Derechos Civiles en los ’60) son las movilizaciones de masas y las acciones contra el poder político y económico, no las acciones individuales y los atentados (menos aún contra objetivos al azar). Por eso todo intento de amalgamar el ataque con las movilizaciones antirracistas tiene por único objetivo defender a la corporación policial de los cuestionamientos masivos.

La responsabilidad del ataque de Dallas no corresponde, por lo tanto, al movimiento anti-racista, sino que recae en última instancia sobre el poder político y económico norteamericano: es aquel, con su racismo y con la enorme desigualdad social que genera, el que fractura a la población en campos enfrentados entre sí, con grandes cantidades de resentimiento acumulado.

En el caso de Johnson, a los traumas propios de la opresión racial se le suma su experiencia como reservista de las Fuerzas Armadas, desplegado en la campaña de Afganistán. Aquí deja su huella la política imperialista de EEUU, que aplasta con su bota militar a otras naciones dejando un tendal de muerte y destrucción. Johnson no es el primero ni el último ex-combatiente norteamericano que enloquece luego de su paso por el campo de batalla.

Así, la política exterior e interior de EEUU confluye en un mismo punto: la opresión sistemática de amplios sectores de la población, el uso sistemático de la violencia contra ellos. Es esta violencia la que retorna en forma de estallidos individuales.

EEUU está atravesando además una profunda crisis, tras un continuado proceso de decadencia económica, social y geopolítica.  Proceso que hemos analizado en anteriores artículos[2] de este periódico, y que es la causa de fenómenos políticos como la emergencia de Donald Trump, en un extremo, y de Bernie Sanders en el otro.

En esta prolongada decadencia se acrecientan los signos de polarización política y social. Esto se puede ver en todos los aspectos: fractura racial, reiteración de matanzas (hace algunas semanas fue la masacre en Orlando contra las minorías sexuales), surgimiento de nuevas representaciones políticas y declive de las anteriores, deslegitimación de la casta política en general, aparición de nuevos movimientos sociales, etc.

Las masacres y los grandes hechos de violencia seguirán ocurriendo en EEUU en la medida en que no se solucionen sus causas de fondo: el sistema político, económico y social que las genera.  Es necesario acabar con las relaciones de explotación y de opresión sobre las que se basa el capitalismo imperialista norteamericano, para liberar a todos los componentes de su población y para que pueda existir un futuro distinto a la barbarie en la que hoy se encuentra sumido el pais.

[1]Se cae la fábula de la “sociedad post-racial” – Tres etapas del racismo en Estados UnidosPor Rafael Salinas, Socialismo o Barbarie Nº 301, 21/08/2014

[2] Ver, por ejemplo, “EEUU – Frente a la encrucijada de Bernie Sanders: por un partido independiente de trabajadores” – Ale Kur, SoB n° 384, 16/6/16

Por Ale Kur - SoB n° 388 - 14/7/16

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